Los escépticos siguen expresando sus dudas, pero la realidad es cada vez más incontrovertible. Así podría resumirse lo sucedido el lunes pasado, cuando los representantes de la banca multilateral y los del Gobierno Nacional y Distrital firmaron los créditos que hacen viable la construcción del metro de Bogotá. El paquete conjunto asciende a 1.700 millones de dólares, que equivalen al 39 por ciento del costo proyectado de la obra.
Tras el acto, comenzó la etapa de precalificación con miras al proceso licitatorio que debería terminar con el nombre del consorcio ganador, dentro de un año. El propósito es que la firma que triunfe se encargue de la construcción, la proveeduría y la operación.
Semejante emprendimiento requiere de verdaderos pesos pesados a nivel global. No solo se trata de contar con solidez patrimonial, sino de entregar las garantías del caso y acreditar experiencia con el fin de evitar futuros dolores de cabeza. Dado el tamaño de la iniciativa, lo previsible es que los grandes jugadores del mundo se harán presentes.
Por tal motivo, hay que completar las tareas pendientes. En tal sentido, es clave concluir los diseños detallados que hoy se encuentran en el 95 por ciento de avance, de manera que estén listos cuando se abra la licitación o antes. Si algo ha aprendido el país en ocasiones previas, es que nada garantiza tanto el éxito como una buena hoja de ruta.
No obstante, con el paquete más importante de préstamos asegurados y el compromiso de los aportes que le corresponden a la Nación y al Distrito Capital, el sueño de más de medio siglo se encuentra más cerca que nunca de convertirse en realidad. Es cierto que en las redes sociales aparecen afirmaciones que confunden y siembran incertidumbre, pero aquí también asoma la conocida posverdad.
Debido a ello, no existe opción diferente a seguir por el mismo camino. Tal como van las cosas, para finales del 2019 empezarían las obras y el tren metropolitano de Bogotá rodaría cinco años más tarde. Ojalá, así sea.
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