Justo en vísperas de que comience en Cartagena la asamblea anual de la Andi, el Dane dio a conocer este martes los datos sobre el comportamiento de la industria en junio. El veredicto no fue bueno. En contra de las apuestas que hablaban de un mejor desempeño, el crecimiento del ramo manufacturero apenas llegó a un tímido 1,3 por ciento. Como si lo anterior fuera poco, las ventas cayeron y el empleo también, lo cual equivale a un tropezón.
Es verdad que la mayoría de los ramos individuales siguen en positivo y que el acumulado del semestre muestra una mejora del 2,5 por ciento. Sin embargo, el frenazo no debería pasar desapercibido entre los analistas, ni mucho menos en el nuevo gobierno.
La alerta se vuelve más evidente por cuenta del desempeño del comercio, cuyas ventas mostraron una expansión del 6,3 por ciento en términos reales. En lo corrido del 2018, el aumento es del 5,7 por ciento, que se compara muy favorablemente con la contracción de 1,4 por ciento experimentada un año atrás. De 16 líneas de mercancía estudiadas, las variaciones positivas se dieron en 13 de ellas, siendo la de equipos de informática la de mayor dinamismo.
El contraste deja en claro que no parece existir un problema de demanda. Todo apunta a que la capacidad de consumo de los hogares muestra una franca mejoría que no beneficia necesariamente a los bienes nacionales.
Los datos de importaciones dan la impresión de que la más grande afluencia de compradores se expresa en un mayor apetito por productos venidos de afuera. En junio, el incremento de ese renglón llegó casi al 12 por ciento en dólares, atribuible a la dinámica de combustibles y alimentos.
Y aunque es indudable que al presentar los datos gruesos se corre el peligro de equiparar peras y manzanas, vale la pena que el Ministerio de Comercio e Industria haga un estudio más detallado antes de que sea tarde. Hay que saber por qué la actividad fabril sigue rezagada en la marcha de la economía.
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