Mencionaba en la última columna que las elecciones pasadas nos mostrarían qué tanto ha cambiado el comportamiento político de los colombianos, y, efectivamente, nos dieron elementos al respecto. Se confirmó, por ejemplo, el carácter de microempresas electorales de las votaciones al Congreso, que reflejan intereses y acciones individuales que no responden a direccionamientos de partido y dejaron en evidencia la debilidad de los ‘líderes’ políticos.
Aunque hubo instrucciones de los dirigentes, los votos por Duque y Petro lo que reflejaron, en buena medida, fue una posición proestablecimiento versus un rechazo al mismo, una afinidad con una visión de izquierda frente a una concepción de derecha, una mirada estatista ante un apoyo a una economía de mercado. Seguramente, no fueron explícitas estas posiciones en la mayoría de los casos, pero reflejan tendencias que, con matices, se inclinaron hacia los extremos.
Simultáneamente, el 36 por ciento reflejó una opinión más marcada hacia el centro, y es por eso que allí estará la definición del ganador. Así lo han entendido los dos contendores y los vemos manifestándose en esa dirección. Va a ser, entonces, más un voto de opinión el que determinará la elección, pues los que deciden son personas a las que hay que convencer y no van a obedecer directrices de partido, sino su afinidad o rechazo al respectivo candidato. Es evidente que las redes sociales están teniendo cada vez más incidencia y que las encuestas en las presidenciales son bastante acertadas, pues las famosas maquinarias tienen cada vez menos influencia en este punto.
Es comprensible que personas que no comparten las opciones disponibles prefieran votar en blanco. Eso, sin embargo, más allá de dejar sentada una protesta y tranquilizar posiblemente la conciencia, poco efecto real tiene, ya que, de todas maneras, se va a elegir a uno de los dos candidatos porque no hay ninguna probabilidad de que el voto en blanco tenga la mayoría en la elección. Lo que hay que hacer es decidirse por el que se considere mejor o, si se quiere, en muchos casos, el menos malo para Colombia; pero no dejar que la elección la definan otros.
Las simpatías por los dos triunfadores de la primera vuelta quedaron expresadas, ahora es el rechazo o la capacidad de convencer lo que va a definir el resultado. Petro seguirá con su dialéctica engañosa, con propuestas que pueden ser atractivas como enunciado, pero que no son realizables, al menos en un plazo corto. Pero lo más preocupante en su caso, más que sus propuestas irrealizables o su visión ideológica, es su egolatría, su autoritarismo, su actitud resentida y su comprobada incompetencia como administrador de lo público.
Duque, en cambio, ha mostrado ser una persona preparada, ponderada y capaz. Tiene un reto grande que es demostrar que no es títere de Uribe y que puede distanciarse suficientemente de fundamentalistas tipo Ordóñez, Viviane Morales o José Obdulio. Él ha mostrado inteligencia y seguramente es consciente del futuro que puede tener si es elegido, gobierna para todos y nos gobierna sin odios, sin extremismos y poniendo siempre por delante el futuro de Colombia.