MARTES, 16 DE ABRIL DE 2024

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Rodolfo Segovia S.
columnista

Turista satisfecho trae más turistas

En materia de ventajas comparativas, Colombia es campeona para autoflagelarse.

Rodolfo Segovia S.
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Rodolfo Segovia S.

Como se sabe, la economía colombiana pasa por un flaco momento. Los expertos atribuyen la debilidad al ciclo bajo de la materias primas, de cuya venta dependemos, y, en particular, a la caída del precio del petróleo. El agravante son las rigideces en las finanzas públicas; el Estado no tiene margen para gastar contracíclico.

Un aumento del déficit fiscal dispararía la reducción de la calificación de la deuda externa, un escenario poco apetecible. Entre las limitaciones, las recetas macro son ortodoxas y adecuadas, incluido el único resorte todavía discrecional: la tasa de referencia del Banco de la República.

¿Qué hacer? Los saludos al emprendimiento y a las pymes son vagos y de limitado efecto en el corto plazo. Es la visión del Estado mismo hacia el lucro la que habría que modificar. Pocos se le miden por rechazo elemental a la inseguridad jurídica. Es extraordinario ver cómo los colombianos prosperan y envían remesas cuando se ubican en ambientes propicios en otras latitudes.

No es falta de talento. Colombia tiene una ventaja comparativa en la producción de petróleo y carbón. Como diseño de política es mejor aprender primero a administrar la volatilidad de los ciclos, que pretender salir a diversificar a las volandas. Con la tasa de cambio flexible, el país ha logrado amortiguar el ajuste, doloroso, claro, pero sin catástrofe. Es un éxito institucional. Se habría podido hacer mejor si el Estado hubiera sido menos impróvido, pero, ha pocos los que son prudentes, como la hormiga en la bonanza. Habría que remontarse a Noruega. Casi todos los demás son cigarras.

En materia de ventajas comparativas, Colombia es campeona para autoflagelarse: eso de hacerse daño físico como táctica de alivio para sicosomáticos sufrimientos sicológicos.
Las percepciones que se expresan en los plebiscitos antiextractivos son la antítesis de la ventaja comparativa. La distorsionan y, de paso, perjudican a las mismas comunidades, como ha sucedido en Cajamarca. La, en ocasiones, mentirosa alharaca ecoideológica perjudica a todos los colombianos.

Opciones diferentes a las energéticas no crecen en los árboles, ni siquiera en los de café. No se vislumbra a corto plazo nada, después de años impróvidos en los que la revaluación aplastó la iniciativa exportadora. El campo padece, de todas maneras, de un síndrome agudo de inseguridad jurídica, que las soluciones ideologizadas no van a curar.

Mejor le está yendo a las exportaciones internas, que se afilaron en el mercado local: las del turismo. Colombia es un destino novedoso y apetecido. La naturaleza exuberante y diversa, encantó al primer turista: Alexander von Humboldt, aun antes de que se profesionalizara el avistaje de aves; la diversidad de las culturas regionales, con sus idiosincrasias gastronómicas y musicales; los vestigios del pasado (Cartagena, Boyacá, Bogotá), y, por supuesto, el sol, dan ventajas comparativas.

Aplauso al gobierno que, por una vez, está tratando de adelantarse a la curva para subsanar enormes carencias y hacer del turismo un sector diversificador. Por lo mismo, da mucha tristeza y, a la vez, indignación, la ceguera de lo acaecido en el Decamerón de Puerto Naíto, en Cartagena: con mucha paciencia se enseña a pescar a los locales, solo para que el pescador quiebre la caña en la primera oportunidad. Eso, por fortuna, no sucede en el Eje Cafetero.

No hay salidas obvias, pero son menos desesperanzadoras que las de don Sancho Jimeno cuando defendió el San Luis de Bocachica en 1697.

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