En el 2012 era evidente que las Fuerzas Armadas de Colombia (FF. AA.) habían infligido una derrota estratégica a las Farc; llegar al poder por las armas les era inalcanzable.
Habían sido vencidas, pero no sometidas. El general Sun Tzu, 500 años antes de la e. C., aconsejaba sopesar el costo de exterminar al enemigo acorralado. Sugería prudencia. El idioma castellano regala un elegante proverbio: ‘al enemigo que huye, puente de plata’. Se va a votar sobre cual debe ser el tenor del puente y aquello de fiat justicia pereat mundus (hágase justicia, aunque se pierda el mundo).
Las Farc tocaban a las puertas de Bogotá en 1998, mientras un muro verde en evolución, excepto por su superioridad aérea, las contenía. Quizá ‘Tirofijo’ consideró que el tiempo, campesino al fin, estaba de su lado. Podía esperar mientras obtenía misiles tierra-aire para neutralizar la ventaja táctica del enemigo. Traficante en droga, tenía para comprarlos. O, quizá, a ‘Marulanda’ lo obnubiló el despeje y paz de Andrés Pastrana. Parecía ad portas de llegar al poder por las buenas.
El ejército colombiano tomó largo tiempo madurar. Lo sacudió el conflicto con Perú en 1932, cuando lo comandó no un oficial de carrera, sino un aprestigiado político, general de guerra civil. Pasada la crisis, se le dejó de nuevo a su suerte, a un respetado abanderado del patriotismo. Fue un desastre cuando gobernó durante el cuatrienio de Rojas Pinilla. Con el tiempo, adquirió esprit de corps, consciente de su singularidad como sólida institución burocrática paralela.
La redención comenzó a incubarse con el decreto marco de 1968, respuesta al creciente desorden público de inspiración marxista y la Guerra Fría. El Plan de Seguridad Nacional ponía a las FF. MM. en el radar de Planeación Nacional; pica en Flandes para presupuestos razonados. La institucionalidad autárquica continúo siendo, empero, la norma. Se traducía en que la lucha contra la subversión era asunto de militares. Los presidentes solo exigían de su ministro de Defensa de cuatro soles lealtad y ‘buena puntería’.
Tan empoderadas estaban la FF. MM. de la cruzada anticomunista, que la lealtad hizo crisis cuando Belisario Betancur inició un proceso de paz a sus espaldas. Hubo rumores y destituciones. Pactada una tregua, las Farc y el gobierno prohijaron la Unión Patriótica como vehículo democrático. Ahora, se sabe que ‘Tirofijo’ veía en el experimento una manifestación de todas las formas de lucha, sospechoso, no sin razón, de una paz que excluía al ejército de doctrina forjada en la Guerra Fría. Ese mal entendido fue preámbulo de la execrable matanza que siguió.
A partir de la Constitución del 91, el apoyo de la dirigencia civil fue tomando forma con altibajos; se aseguró presupuesto y eficacia en el gasto. Los esfuerzos innovadores, pero solitarios de la FF. AA. tuvieron acompañamiento. Ajustaron doctrina, entrenamiento, tácticas y equipo –más orientados hacia el conflicto interno–, incluida la fabricación propia de armamento. La ayuda externa se amplió de la policía a las Fuerzas Militares, al comprenderse que la lucha contra el narcotráfico pasaba por combatir la subversión. Lo demás es historia.
Los piratas que saquearon Cartagena en 1697 volvieron papilla la guarnición española, pese a la heroica resistencia de don Sancho Jimeno. Los Borbones reformaron, y con el virrey Eslava y Blas de Leso rechazaron a los malandros dirigidos por Vernon en 1741. La transformación cuenta en los resultados. No hay ahora que dejarla perder, como querrían sectores de la izquierda.
Rodolfo Segovia
Exministro – Historiador
rsegovia@sillar.com.co
columnista
Transformación armada
La transformación cuenta en los resultados. Ahora, no hay que dejarla perder, como querrían sectores de la izquierda.
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Rodolfo Segovia S.
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