En enero del 2017 abrí una cuenta de ahorros en un banco cerca a mi casa. No fue mucho dinero ni me volví a preocupar por el tema hasta que tuve que ir nuevamente al banco en estos días, 20 meses después. Sin haber hecho movimiento alguno, y sin costo administrativo, porque así fue pactado, constaté un saldo 0,023 por ciento mayor al primer depósito. Un increíble y ridículo rendimiento equivalente a 0,01391 por ciento efectivo anual.
Ese banco me cobra, al mismo tiempo, una jugosa comisión trimestral por el supuesto manejo de mi tarjeta de crédito, sobre la cual cobra, además, una tasa de 29,9 por ciento e.a., es decir la tasa de usura menos un pelo.
Quien quiera entender por qué el sector financiero colombiano es, con el del gasto público, el más próspero de la economía en medio del reguero que dejaron Santos y Cárdenas, no tiene sino que dejar su dinero en el banco o pedirlo prestado. Un modesto margen de intermediación de casi 30 por ciento, cuando la inflación es la décima parte, hace que el de los establecimientos de crédito sea un negocio tan rentable como el narcotráfico o la minería ilegal, pero con manto de legalidad.
Tuve la ocasión y el honor de gerenciar una campaña política en marzo del presente año, y pude constatar que los volanteadores rechazan recibir su pago en el sistema financiero porque las comisiones de los bancos hacen que ellos solo quieran recibir efectivo. Pierde el sistema la oportunidad de bancarizar a millones de colombianos por los excesivos costos que les imponen a los usuarios, a pesar de que la sistematización abarata los suyos.
La banca colombiana parece estar anquilosada en el esquema de las sucursales, del exceso de mano de obra y manualidad y de los márgenes descontrolados. Y ello puede llevarlos a la extinción, como pronto sucederá con los taxis, los hoteles y otros negocios aferrados a sus ya inexistentes privilegios.
Bancos digitales, sin cajas, sin sucursales, sin papelería, sin comisiones, son la nueva tendencia. En estos días ha sido noticia el banquero colombiano, residente en Brasil, y fundador de Nubank, David Vélez. Aún joven, pero con una impresionante y larga trayectoria, su emprendimiento es ya el quinto más grande emisor de tarjetas de crédito en Brasil, la séptima economía del mundo. Les compite a gigantes, y les va ganando la carrera.
Las tarjetas de Nubank no cobran cuota de ‘mantenimiento’, y su tasa máxima de interés alcanza apenas 11 por ciento, mientras que la tasa promedio en Brasil es 15 por ciento para créditos de consumo. Ya tiene casi cinco millones de clientes y el número crece por horas.
La oportunidad la vio Vélez en Brasil al sufrir en carne propia las condiciones oligopólicas del mercado. Y anuncia que ve lo mismo en Colombia y que pronto aterrizará. Pero advierte que la normatividad en Colombia crea barreras naturales para proteger a los pocos actores actuales. Pero es un dique incontenible. Algo tiene que cambiar.
Nuestros banqueros se sienten como el boticario que era muy malo en matemáticas, pero que tenía claro que su negocio era próspero, porque compraba aspirinas a dos pesos y las revendía a seis pesos, “y con ese 4 por ciento le iba divinamente”.