Arrancó la segunda alcaldía de Peñaolosa y lo que va dejando claro es la fragilidad del discurso cuando llega el momento de tomar decisiones. Algunos alcaldes entienden eso tarde.
En cambio, en su primera entrada al Palacio Liévano, Peñalosa no se enredó e hizo lo que tocaba así fuese en contravía del discurso propio. Ahora esperamos que retome la fibra de la que esta hecho y transforme a la ciudad en La Bogotá de Peñalosa. Los debates que queden para el divertimento de los que no estamos en la tarea de gobierno.
Una de esas diversiones es si expandir o densificar la ciudad, si echarle o no concreto a la Reserva Thomas van der Hammen. Divertimento fútil. Si la ciudad prescinde de las pocas tierras que tiene en el borde, pasará lo mismo que en Ciudad Bolívar, pero para ricos. Informalidad y volquetas echando cascajo de noche: si llena de concreto, repite los casos de Ciudad de México o Beijing; y si conserva, no tiene cómo pagar sosteniblemente por la reconstrucción del ecosistema.
El pragmatismo se impone. Como siempre en política pública, ojalá sea un pragmatismo que convenga al bien común. Una idea, de esas que se me ocurren cuando me acusan de estar pensando en Dinamarca, es la siguiente: más que conservar un ecosistema, el sueño es que nuestras sociedades empiecen a dar señales de cambios en el comportamiento que den esperanza sobre la sostenibilidad ambiental del planeta.
Ya esta claro que vamos de frente hacia el barranco. No obstante, el mundo puede estar a punto de virar hacia las nuevas tecnologías verdes. Se trata de las nuevas maneras de manejar las basuras, las aguas residuales, la generación de energía o la movilidad, entre otros.
Los chances que ese giro ocurra antes de que sea demasiado tarde no parecen ser muy altos. Falta algo fundamental para cualquier industria. Sobrepasar el punto crítico de escala de producción que haga competitivas las nuevas tecnologías frente a las que estamos usando para poner al planeta de rodillas.
Los países de alto ingreso están empleado subsidios para que sus emprendedores logren hacerse con ese mercado y cambiar la tendencia. Nosotros no contamos con esos recursos ni con esa lógica industrialista.
En Bogotá, sin embargo, tenemos algo aún más poderoso para avanzar hacia ese punto crítico: un borde urbano que es ambientalmente frágil y que va a recibir en los próximos 20 años tres millones de personas de ingreso medio-bajo, medio y alto.
Hay que integrar de una vez todas esas tierras al mercado inmobiliario a condición de usar tecnologías nuevas para saneamiento y manejo de basuras en la fuente, autogeneración eléctrica e impulso a la reforestación y el uso de transporte limpio.
Entregar coeficientes de construcción a cambio de la contratación de proveedores de esas tecnologías que tengan base de ingeniería en Bogotá. Tendríamos una urbe que autofinancia el sueño de la sostenibilidad ambiental y un gran impulso a una nueva fuente de empleos de largo plazo con demanda global asegurada. Usar la expansión sobre la Sabana para impulsar las industrias verdes localizadas en la ciudad.
*Investigador Asociado de Fedesarrollo
tyepes@fedesarrollo.org.co
Tito Yepes
Política industrial Thomas van der Hammen
El pragmatismo se impone. Como siempre en política pública, ojalá sea un pragmatismo que convenga al bien común
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Tito Yepes
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