La frase, del artista franco chileno Alejandro Jodorowsky, de ascendencia judío-ucraniana, se puede aplicar hoy no sólo al atractivo que ejercen las drogas sintéticas sobre los jóvenes sino al morbo que vienen despertando las llamadas “drogas auditivas” sobre millones de consumidores cibernéticos en el mundo.
Desde hace más de una década empezaron a difundirse informaciones sobre los eventuales efectos alucinógenos producidos por cierto tipo de sonidos en el cerebro humano y a calificarse como ‘drogas auditivas’, las alteraciones corporales que los mismos ocasionaban.
(Lea: Aumenta el consumo de cocaína en estudiantes de secundaria en Colombia)
Esos sonidos fueron vendidos o promocionados en la red como una especie de alternativas ‘saludables’ para doparse sin riesgos físicos, experimentando sensaciones parecidas con las producidas por la marihuana, heroína, cocaína, LSD y otras drogas sintéticas.
(Lea: Drogas y alcohol para tener mejor sexo)
Los sonidos fueron vendidos entre uno y cinco dólares pero, en su mayoría, podían bajarse gratis. En muchos sitios se explicaba al eventual consumidor que para sentir los efectos de esas ‘drogas auditivas’ era necesario que estuviera en un lugar “de preferencia oscuro, usar audífonos en un volumen medio, estar acostado pero sin haber ingerido ninguna sustancia sicoactiva o analgésica y no quedarse dormido porque se podría enfrentar fuertes pesadillas”.
(Lea: Matrimonios 'a la marihuana')
El primer producto que se lanzó al mercado fue el I-dosser en el 2007, una aplicación informática que reproducía pulsos binaurales apenas percibidos por el oído y que modificaban el estado fisiológico del cerebro y registraban cambios en el comportamiento físico-motor y de conducta, según algunos investigadores.
El pulso binaural, descubierto por el físico prusiano Heinrich Wilhelm Dove en 1839, es una ilusión auditiva que se produce cuando recibimos sonidos de diferente intensidad en cada uno de nuestros oídos y tenemos la sensación de escuchar un tercer sonido.
El software que se vendió en la red como ‘droga auditiva’ utilizó, precisamente, canales de sonido de diferente intensidad, que iban a cada oído y que luego se integraban en el cerebro “como si se encajaran el uno con el otro, creando la ilusión de un tercer algo”, se explica en varios ensayos sobre el tema.
Algunos calificaron esas sensaciones como “efectos de tridimensionalidad en el cerebro, con la ayuda de los auriculares. Otros consumidores admitieron que se drogaban con esos estímulos auditivos, que sentían mareos, convulsiones o escalofríos pero, terceros declararon no haber sentido absolutamente nada, sólo incomodidad y desesperación por la descarga ensordecedora de los sonidos”.
También se habló de sugestión y otros alertaron sobre los eventuales peligros de muerte si la aplicación se utilizaba con frecuencia pero, hasta ahora, no existen resultados conclusivos al respecto y si tajantes condenas sobre la falta de seriedad científica sobre cualquiera de las teorías que se exponen o defienden.
El neurólogo clínico norteamericano Steven Novella, de la Universidad de Yale, por ejemplo ha considerado que no puede probarse nada sobre los efectos de alucinógenos de los sonidos binaurales sobre el cerebro humano porque no existe ninguna investigación científica que confirme que funcionan más allá del efecto placebo.
EN COLOMBIA
En Colombia la facultad de psicología de la Universidad Manuela Beltrán empezó a investigar sobre los efectos de los sonidos binaurales entre jóvenes voluntarios y concluyo que los participantes “experimentaron cambios en la frecuencia cardiaca y en la respiración, sudoración, adormecimiento, estado de relajación inducido y alucinaciones durante la exposición a esos sonidos”, según dijo a periodistas Jeison Palacios, director del Programa de Psicología de ese centro educativo.
También afirmó que “cualquier tipo de estímulo en el cuerpo siempre generará un cambio” y que con la utilización de la llamada ‘droga auditiva’ hay personas que generan más rápido esos cambios y otras que los registran en un tiempo más prolongado.
Portafolio intentó en repetidas oportunidades ampliar la información con el Dr. Palacios pero fue imposible hacerlo y recurrió entonces a otros estudios preliminares que hablan sobre los cambios producidos por los sonidos binaurales en el ritmo del cerebro y que podrían ocasionar, a corto plazo, alteraciones como dificultades de atención, concentración, de sueño y afectar las relaciones sociales.
VIVIR LA EXPERIENCIA
El portal Espejo público quiso vivir en carne propia los efectos de esos sonidos en un estudio de grabación, bajo la conducción de un experto en el tema, y relató que “a los pocos segundos de comenzar a escuchar el atronador y desagradable sonido, el rostro del usuario empieza a enviar señales de incomodidad” y que a los 50 segundos de iniciada la sesión se dieron por vencidos y lo interrumpieron.
Portafolio se conectó al portal ‘drogas auditivas, volumen uno, marihuana’ en el portal abismofimls X, y tuvo la impresión de que la repetición de sonidos, ruidos, voces bajas, imágenes sicodélicas podría causar lo que en algunos estudios preliminares han llamado de “efectos de tridimensionalidad en el cerebro”.
“Lo más preocupante de todo, de momento, es que se han bajado más de dos millones de veces esos sonidos, lo que evidencia el enorme deterioro de nuestras sociedades y demuestra que los seres humanos no sólo no encontramos un remedio para nuestras insatisfacciones sino que buscamos calmarlas haciendo el mínimo esfuerzo, sin importar las consecuencias”, dice a Portafolio el investigador Roberto Merlano.
“Buscar doparse con sonidos es tratar de tapar con un dedo el sol de una sociedad enferma. El que los sonidos no causen adicción física no es la cura para la drogadicción ni para los múltiples males que aquejan el alma de las sociedades modernas. Sería como vender el sofá para acabar con el engaño del infiel”, añade.
Pero, cualquier cuidado no sobra hasta que no se realice un estudio conclusivo sobre el tema pues, como decía Confucio, “Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos”.
Gloria Helena Rey
Especial para Portafolio