Paula Moreno ocupó el ministerio de Cultura (2007-2010) con dos privilegios: ser la primera ministra afrodescendiente y, con solo 28 años, la más joven en la historia del país.
Alejada de los focos del poder, acaba de publicar el libro, ‘El poder de lo invisible’, en el cual da consejos y cuenta la experiencia de su paso por la cartera de cultura porque piensa que al país le hace “falta más escuela para hacer el ejercicio de lo público”.
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¿De qué se trata el libro ‘El poder de lo invisible’?
Son memorias sobre mi historia como la primera mujer afrodescendiente y muy joven que ocupó una posición de poder en el país. Vistas desde mis raíces y el contexto, cómo hice para ser ministra de cultura a los 28 años, cómo lo asumí, los desafíos, aprendizajes y retos, y cómo logré cumplir esa tarea. Son una serie de experiencias profesionales, familiares y personales que permiten tener una reflexión sobre el ejercicio del liderazgo.
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¿Por qué escribir memorias?
Porque creo que las personas que hemos tenido la oportunidad de ocupar posiciones de poder tenemos una responsabilidad de compartir experiencias y humanizar los cargos, reflexionar y generar una cadena de aprendizajes. Mi motivación es compartir experiencia. Es importante hacer escuela sobre cómo se ejerce el liderazgo.
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¿Cómo fue esa llegada al Ministerio de Cultura?
Tenía 28 años, nunca he militado en un partido policía, era profesora de agencias de desarrollo y universitaria. Un amigo me referenció, presenté la hoja de vida, la entrevista y el presidente Uribe me eligió.
Sabía que tenía que hacer una buena gestión porque estaba abriendo el espacio para las comunidades excluidas del país. Así se dio y fueron tres años y medio muy intensos en lo que aprendí mucho de lo público.
Comparto ‘tips’ de cómo es hacer gestión pública, que hay que definir un propósito desde el primer día de posesionados para ganarse el respeto y la autoridad de la gente. Mi gran objetivo fue luchar por la diversidad porque ese es un activo y una fortaleza que tiene el país y no se ha sabido aprovechar bien. Detallo que es muy importante tener una estrategia para no embarrarla, saber recibir consejos, tener buenos abogados y definir los ejes de lo que uno quiere que sea su legado.
Creo que el libro también es muy importante para la gente que quiere hacer gestión pública.
¿Es difícil hacer gestión pública en Colombia?
Es muy difícil porque son muchos frentes en los que se tiene que aprender.
En el libro describo cómo manejar la gestión interna de una entidad, lineamientos, una cultura de efectividad y eficiencia y que la gente vaya al ritmo de uno. Más allá de manejar el sector, hay que tener estrategias para construir y tener legitimidad.
También manejar la agenda y la tarea de un gobierno al que se pertenece.
¿Cómo fueron sus relaciones con el Congreso, por ejemplo?
Es un tema un poco complicado. Saqué unas buenas leyes y creé una relación más misional que transaccional. Al principio no entendía cómo era la relación con los congresistas o con los órganos de control y, al final, con la ciudadanía en general. Aquí falta más escuela para hacer el ejercicio de lo público, para servir.
Diez años después de haber estado en el Ministerio, ¿qué hizo bueno y en qué se equivocó?
El hecho de haber escogido un legado fue importante y le gasté tiempo. El tema de las leyes fue muy importante: bibliotecas, patrimonio, lenguas nativas.
En el tema de las políticas culturales, estas se tomaron con estrategias y conocimiento. Se logró una mayor cobertura desde los bienes y servicios culturales.
También fue muy bueno haberme metido mucho en los municipios y armar equipo con los secretarios de cultura, decirle a los funcionarios que había que mostrar el poder que teníamos.
Me faltó mucho lo intersectorial, parte del poder cultural radica en lograr incidir en otros sectores. Hubiera logrado apalancar cosas críticas como una educación artística de calidad en los colegios, el tema de la generación de ingresos y empleos que haga más digna la labor cultural en este pais. Cómo puede en realidad vivir la gente de esto de una forma más digna y cómo puede trascender.
Así mismo, que cualquiera tenga acceso a una oferta cultural de calidad. Ese tipo de exclusiones culturales marcan que un país sea de ustedes y nosotros.
Si tuviera la oportunidad otra vez, que no es el caso, buscaría más cosas estructurales para cambiar sistema.
¿Qué le aconsejaría a los nuevos ministros ahora que va a haber cambio de gabinete?
Primero, que asuman con nobleza la responsabilidad que tienen y que no se crean el cuento del poder. Hay que saber escuchar y no creer que se va a ser eterno. Hay que tener una actitud de servicio, de ser obreros más que ministros.
Lo segundo es rodearse muy bien. Mirar cuál es el equipo que se necesita de acuerdo a sus fortalezas y debilidades. Buscar un grupo que combine la experiencia con la juventud.
Tercero, tener gente que pueda llamarle a uno la atención en lo que pueda estar haciendo mal. Tampoco tener miedo de tener gente competente al lado.
Igualmente, hacer seguimiento a los proyectos y compromisos para así tener credibilidad tanto con el equipo como con la gente, y ser muy disciplinado en el manejo del tiempo porque no hay tiempo para perderlo. Tener días y horas determinadas para cada tarea.
Uno de los errores que cometí fue no tener balance, entender que uno no es una máquina y sí es un ser humano con defectos, debilidades y que se va agotando. Que no es solo hacer y hacer. Descansar lo ayuda a uno a ser más eficiente y efectivo. Es esencial para no desdibujarse ni creer que el trabajo es la vida de uno.
¿Hay todavía mucha discriminación, y hasta segregación, en el país? ¿También en la cultura?
Creo que sí. Nos falta mucho en reconocimiento efectivo no retórico. Todos somos importantes, poder reconocer los activos que hay en diferentes sectores y áreas del país porque sí discriminamos mucho.
Aquí está muy bien diagnosticado y se conoce muy bien lo malo. Tenemos que aprender a hablar de lo positivo y ampliarlo, de la falta de reconocimiento, y eso también se constituye en una de las bases de la discriminación.