El Cabo de Hornos es el rincón más austral del mundo habitado, el mítico territorio donde se encuentran dos océanos. Como si se tratase de una batalla entre dos gigantes mitológicos, Atlántico y Pacífico muestran aquí su faz amenazadora con olas encrespadas que siempre sembraron el pavor entre los marinos.
En estos mares de los confines de América han terminado su singladura centenares de navíos. Es un territorio de aguas bravías, en el que el propio Hernando de Magallanes perdió una nave en 1520, cuando puso la proa de sus embarcaciones hacia el oeste para rodear el mundo. Luego, multitud de navegantes sintieron el zarpazo de los mares, incluido el célebre pirata Drake. El nombre de Drake, al igual que el de Magallanes, pervive en la cartografía de este territorio del sur. Se denomina Paso de Drake al canal existente entre el Cabo de Hornos y la Antártida, un canal de navegación dificultosa, porque los vientos avanzan con especial virulencia por el efecto embudo que se genera entre la Cordillera de los Andes, al norte, y los montes de la Antártida, al sur. Los relatos de los marinos crearon una aureola trágica y mítica en torno a estas latitudes, en las que a los vientos se une la presencia de témpanos de hielo. Pero estos ámbitos de América son también territorio virgen cuajado de soledad y de hermosura, con su rica fauna, sus glaciares, agrestes montañas cubiertas de nieve y algunos bosques patagónicos, por los que discurren arroyos fríos y cristalinos o resuenan las cascadas con el agua azulada de la nieve derretida. La compañía chilena Cruceros Australis realiza durante los meses más cálidos de la zona, entre septiembre y abril, un periplo que va por el Estrecho de Magallanes y el Canal Beagle hasta el Cabo de Hornos, recorrido que tiene sus extremos en Punta Arenas (Chile) y Ushuaia (Argentina). El viaje permite disfrutar de la contemplación de multitud de islas y canales, abruptos horizontes y espacios recoletos en los que asombra por igual la belleza que la soledad, sólo interrumpida por elefantes marinos, focas, pingüinos o cormoranes. Tal vez, lo que más se echa de menos por allí es la presencia de los pobladores indígenas que antaño habitaron estos lugares: Tehuelches, Alakaluf, Onas, Yaganes y Hush. Murieron porque la civilización les ‘regaló’ enfermedades y mortíferas balas de los Winchester, historias de las que el viajero se va enterando por las charlas a bordo. En Punta Arenas (Chile) el viajero descubrirá el espíritu de los pioneros croatas que desde el XIX intentaron sacar adelante una civilización, alejados del resto del mundo. Los colosales mausoleos del cementerio son como un grito de náufragos que reafirman su existencia cuando marchan al más allá, dispuestos a luchar desde la eternidad, incluso, contra ese viento que inclina las cruces de sus propios monumentos funerarios. El barco Vía Australis nos lleva luego por el estrecho de Magallanes hacia el entorno del glaciar Marinelli y la bahía Ainsworth, donde reciben al viajero numerosos elefantes marinos que descansan en una playa por la que asoman témpanos de hielo. Sobre el bosque magallánico sobrevuelan cóndores, tal vez vigilantes de algún cadáver que ha empujado el mar hacia la orilla.
No lejos, los islotes Tuckers, bullen de vida con el ajetreo de los pingüinos magallánicos, caiquenes, patos vapor, cóndores, chimangos o cormoranes. En la soledad del glaciar Pía se rompe el hielo, y el chasquido suena como un latigazo que contrae el corazón.
Más adelante, en el canal de Beagle asombran cascadas y glaciares.
El pequeño navío continúa luego hacia las islas Wollaston, llegando al Cabo de Hornos, el extremo austral de los continentes, el punto de mares tenebrosos que sobrepasó Francisco de Hoces en 1525 con la carabela San Lesmes.