Justo antes del plato principal, Mario Vargas Llosa sugiere que cambiemos de tema. El sol primaveral ilumina el mantel blanco, pero nuestra conversación de repente ha tomado un giro oscuro. Estamos hablando de las noticias del día.
(Lea: 'Venezuela está al borde del abismo y por ello está cerca el final',Vargas Llosa).
Donald Trump ha promulgado en Twitter la militarización de la frontera con México, y le pregunto al ganador del Premio Nobel si el presidente estadounidense le recuerda a los populistas y demagogos latinoamericanos sobre quienes ha escrito toda su vida.
“Trump es muy tercermundista. ¿Quién habría pensado que EE. UU. sucumbiría ante semejante demagogia?”, responde. “En cuanto a los republicanos, bueno, solía ser el partido de las instituciones y la responsabilidad. El hecho de que se hayan bajado los pantalones bajo Trump, como dice el refrán español, ha sido todo un espectáculo”.
Vargas Llosa continúa: “Pero, ¿por qué no hablamos de cosas más alegres? Es importante permanecer optimistas. Hay muchos motivos para ser optimistas”.
La edad ha suavizado el humor de Vargas Llosa. Ahora ya de 82 años de edad, es conocido en todo el mundo por la extraordinaria calidad de su prosa, su versatilidad como escritor y su compromiso político. Este pensador ha luchado toda su vida por la democracia, el libre mercado y la libertad personal. Incluso se postuló como candidato a la presidencia peruana en 1990, pero perdió en una cerrada contienda contra el dictador y violador de los derechos humanos Alberto Fujimori, la antítesis de todo lo que Vargas Llosa apoya.
Sin embargo, yo había sentido cierta inquietud mientras caminaba por el centro de Madrid hasta el restaurante vasco que él había escogido. El intelectual vivo más famoso del mundo hispano tiene fama de ser arrogante. Sus escritos son hiperrealistas y a menudo adoptan una visión ácida de la naturaleza humana.
(Libro / Ensayos de Mario Vargas Llosa).
Tensos y sardónicos, gran parte de ellos están impregnados de la sensación de las nieblas escalofriantes y la malicia cortesana que asocio con Lima, legado del virreinato de la España colonial. “Escribo porque no soy feliz. Escribo porque es una forma de luchar contra la desdicha”, observó una vez Vargas Llosa.
No obstante, mi inquietud se desvanece tan pronto como abro la pesada puerta de madera del Julián de Tolosa, un restaurante de la vieja escuela. Hay un silencio apacible en el interior; para algunos, las 2.30 p.m. aún es demasiado temprano para el almuerzo español, y la mayoría de las mesas están vacías.
Él ya está sentado en la esquina más lejana. Alerta y con la espalda derecha, viste una chaqueta azul grisácea, camisa color salmón y corbata roja.
En lugar del severo Gran Maestro de las Letras Españolas, el hombre quien me recibe parece incluso alegre. ¿Podría ser el amor? Hace tres años, Vargas Llosa dejó a su esposa de 50 años por Isabel Preysler, la mujer de la alta sociedad filipina cuyo primer marido fue Julio Iglesias, la estrella de la música pop. Muchos se han preguntado cómo Vargas Llosa, autor de Civilización del Espectáculo, una colección de ensayos que critica a celebridades y espectáculos mediáticos, podía soportar aparecer con frecuencia en las páginas de la revista Hola como ha aparecido desde entonces.
Sin embargo, Vargas Llosa, un hombre de grandes pasiones, ha descrito el romance como un “amour fou” (amor loco) y ha dicho que nunca ha sido tan feliz.
“Qué amable. Es un placer”, me dice mientras se levanta a saludarme.
Llega la maître d'hôtel, una mujer atractiva y vivaz. Le manda un beso. Él me explica que el restaurante es su lugar predilecto cerca de su antiguo apartamento, ahora convertido en biblioteca desde que se mudó a la casa de Preysler, una mansión en las afueras de Madrid que construyó con su difunto tercer marido Miguel Boyer, el exministro de Economía.
Nos traen el vino. Él insiste en que lo pruebe, es un Rioja rico y delicado. Chocamos nuestras copas. “¡Salud!”. Vargas Llosa es famoso por su disciplina como escritor, y aún es prolífico. Se acaba de publicar en inglés una traducción de su última novela, Cinco Esquinas, mientras que una colección de ensayos sobre el pensamiento liberal clásico, La llamada de la tribu, se publicó en marzo.
Aun así, es conmovedor pasar un rato con el último superviviente del Boom latinoamericano, un movimiento literario que reinventó la novela de nuestro tiempo. Vargas Llosa, autor de más de 50 libros, ha abarcado desde esfuerzos cómicos y novelas eróticas, como La tía Julia y el escribidor (1977), hasta escalofriantes estudios sobre la psicología del poder. La fiesta del Chivo (2000), quizás su libro más famoso, explora las crueldades y corrupciones de la integridad personal que ocurren en dictadura.
Éste es un tema recurrente en todos sus escritos y, como se dice en su libro de memorias de 1993, El pez en el agua, es un tema propulsado por una intensa lucha personal. Su causa puede deberse a un acontecimiento central: la aparición, cuando tenía 10 años, de un padre que le habían dicho estaba muerto. Fue una reaparición terrible. Su padre, Ernesto, era un machista abusador que golpeaba a su esposa y a su hijo y lo envió, a los 14 años de edad, a la Academia Militar Leoncio Prado en Lima.
Según entiendo, escribir se convirtió en una forma mediante la que Vargas Llosa confrontaba las desafortunadas realidades latinoamericanas y exorcizaba su propia angustia personal, al parecer con éxito.
“EE. UU. puede haber caído en la trampa de demagogia, pero América Latina está disfrutando de una ola democrática”, dice Vargas Llosa con entusiasmo. “El atractivo del gobierno militar se ha desvanecido. Nadie lo apoya ya, ni las élites estadounidenses ni las locales”. Hace un puño con su mano izquierda mientras habla. “El socialismo tampoco tiene mucho apoyo. Toda la región, aparte de Cuba y Venezuela, ahora son democracias reales, con defectos, pero democracias. Esto es un gran paso.
Me gustaría estar de acuerdo con su optimismo sobre América Latina, y creo que sí lo estoy. Aun así, la región enfrenta un maratón de elecciones presidenciales este año. Como en todas partes, los ánimos están caldeados, las emociones son fuertes, predomina la aversión al sistema y los candidatos populistas encabezan las encuestas. Le pregunto cómo ve el panorama político de América Latina.
Vargas Llosa se muestra optimista con respecto a Brasil, a pesar de que Lava Jato, la investigación de corrupción, ha provocado el enjuiciamiento y la condena por corrupción de decenas de políticos y líderes empresariales, incluyendo al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. “El movimiento anticorrupción es profundamente democrático. Debería construírseles un monumento a esos jueces”, exclama Vargas Llosa.
¿Y qué hay de Venezuela? “Es trágico. Lo único positivo de Venezuela es que le muestra al resto de la región qué no hacer”. Argentina es una muestra de este cambio. “El peronismo está en retroceso”. Pero ¿qué hay de su Perú natal, donde Pedro Pablo Kuczynski, o PPK, renunció a la presidencia en marzo en medio de acusaciones de corrupción? “El final de PPK fue triste. Aun así, la democracia sigue viva. El vicepresidente ha tomado el control de forma legítima. Una democracia corrupta es mejor que una dictadura no corrupta, porque esta última deja un legado venenoso”.
Vargas Llosa no siempre fue un liberal tan comprometido. Mostraba un entusiasmo juvenil por la revolución cubana, pero rompió con La Habana a principios de la década de 1970. “Me sentí como un sacerdote secularizado; liberado pero perdido”, dice. “Hasta que me mudé a Londres”. Allí, durante la época de Margaret Thatcher, volvió a forjar su brújula política, tras leer mucho a Adam Smith, Friedrich Hayek e Isaiah Berlin. Ese liberalismo clásico, incluso entre los fanáticos de su ficción, a menudo resulta chocante en una parte del mundo donde los puntos de vista izquierdistas todavía se toman como una insignia de honor intelectual.
Sin embargo, tampoco es un gran defensor de la derecha conservadora. Su polémico respaldo a Ollanta Humala casi inclinó las elecciones peruanas de 2011 hacia el líder izquierdista y en contra de Keiko Fujimori, hija de su archienemigo. También apoya el proceso de paz de Colombia.
El tema de la violencia estimulada por las drogas y la mejor forma de enfrentarla nos lleva a México, país que enfrenta una elección presidencial el 1 de julio. Andrés Manuel López Obrador, un anticuado patriarca nacionalista y egocéntrico del tipo que detesta Vargas Llosa, encabeza las encuestas. Contra él en la contienda está el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el cual gobernó durante mucho tiempo y que Vargas Llosa describió como “la dictadura perfecta”. ¿Por cuál votaría él?, le pregunto.
“La terrible violencia y corrupción en México son producto de las toxinas persistentes del PRI”, dice, sopesando el mal menor. “Pero, tapándome la nariz, creo que votaría por su candidato. López Obrador representa un terrible paso atrás”. Se golpea la frente. “No puedo creer que haya dicho eso. ¡Yo, escoger el PRI! Por supuesto, también hay una tercera opción, Ricardo Anaya. Es joven e inteligente”.
Vargas Llosa me dice, de forma alentadora, que aún le resulta difícil escribir y que sus primeros borradores siempre le hacen sentir inepto. “¿Incluso tus columnas en el periódico?” le pregunto. El primer trabajo de Vargas Llosa fue como joven reportero de 15 años de edad que cubría los espantosos sucesos criminales de Lima para El Comercio, y ha escrito una columna regular para El País, el periódico español, durante más de 20 años. “Sí, incluso ésas. Pero me gusta el periodismo. Es lo que siempre he hecho. Te permite conocer otras tribus, lo cual fue especialmente importante para mí en el mundo de clase media de mi juventud en Lima”.
Le pregunto sobre el erotismo que se encuentra en gran parte de su escritura, desde las cartas de amor y cuentos pornográficos que escribió para otros cadetes en la escuela militar a cambio de cigarrillos, hasta su última novela, un ‘thriller’ ambientado en Lima durante los años de Fujimori cuando las esposas de dos ricos empresarios terminan en la cama durante un toque de queda. “Bueno, ya sabes cómo es esto en América Latina. El erotismo es inevitable cuando simplemente caminas por las calles”.
Terminamos de comer nuestros bistecs, y pedimos arroz con leche y dos tazas de café exprés. “Es un postre tan delicioso”, dice, echándole canela encima, “que los franceses, españoles y portugueses lo consideran suyo”. Comemos con nuestras cucharas del plato compartido hasta que se acaba el arroz con leche, y le hago la pregunta que he dejado para el final.
Simpatizo con la fuerza de un amour fou, le digo, sin embargo, ¿cómo soporta él a los paparazzi y los artículos de las revistas de entretenimiento que tanto odia y que ahora se han convertido en parte de su nueva vida?
“Bueno, si entiendes el amour fou, entonces lo has experimentado y lo conoces”, me dice en broma. “El amor siempre viene con pruebas. De lo contrario, no sería amor. Las pruebas lo fortalecen. Ayudan a forjar el amor. Pero el amor siempre tiene un precio. Todo tiene un precio”.
“¿Incluso la literatura?”, le pregunto.
“No. La literatura, especialmente la lectura, sólo me ha dado satisfacción”, murmura.
Vargas Llosa me dice que está comenzando una nueva novela, y me pregunto si alguna vez dejará de escribir. “Escribir es lo que hago. Es mi vida”, me responde de inmediato. “Estar vivo pero muerto es lo peor que hay, aunque les pasa a muchas personas”. Luego Vargas Llosa inclina la cabeza hacia la mesa en un gesto de abundante gracia y humanidad que yo no había esperado ver dos horas antes. “De hecho, espero morirme escribiendo”.
John Paul Rathbone