Después de tantas reformas tributarias en este siglo, los resultados para las finanzas públicas en Colombia son bastante desalentadores. Con diferentes pretextos, excusas, e incluso mentiras, poco a poco se ha ido creando un conjunto de tributos que no han mostrado efectividad ni han servido a los propósitos que los inspiraron.
El famoso gravamen a los movimientos financieros, único en su especie, es el mejor ejemplo. Creado con carácter temporal en 1998, para apoyar el rescate del sistema financiero, que quedó al borde del colapso, debido a las indiscreciones económicas del régimen Samper, fue incrementado en 1999 para contribuir a la reconstrucción de Armenia. En el 2003 se le dio el último retoque y se fijó su permanencia en 4 por mil, sin que autoridad alguna permita a la fecha que sea cuestionado este adefesio, que hoy representa 6 por ciento de los recaudos.
No hay justificación técnica ni teórica para el mismo, pero sí ha servido para incrementar la informalidad y restringir la bancarización. Seguro su presencia levantó más de una ceja en la Ocde, pero no es difícil imaginar la argumentación presentada por el país en ese foro. Sapos más grandes han hecho tragar a todos sus interlocutores en los últimos años.
En el 2013 se introdujo el Cree, otro espécimen que nadie entiende ni quiere, pero que en poco tiempo ha llegado a representar casi 12 por ciento del recaudo. Sumado con el impuesto de renta, uno de los más altos del mundo, este dúo significa la mitad del recaudo total, con tendencia creciente.
Pero no solo son los impuestos nuevos, a los cuales se les va imperceptiblemente incrementando su tarifa, los que ahogan la iniciativa empresarial, o roban a los hogares su capacidad de ahorro, sino también los ‘de vainilla’, como el IVA o el gravamen a la propiedad. Ignorando completamente que los impuestos indirectos son regresivos y fomentan la desigualdad, los másteres del Ministerio de Hacienda, apoyados por los yuppies de Planeación y por los ‘padres’ de la Patria, han querido ahora incrementar, en casi una quinta parte, la tarifa del IVA, del 16 al 19 por ciento.
Agachado pasó también el hecho de que en el 2013 habían dado a luz el ‘impoconsumo’ para servicios de telecomunicaciones, automóviles y restaurantes, impuesto que recae directamente sobre el consumidor final. Lo anterior debería reflejarse en un dinámico recaudo, pero no es así. Al promediar el 2016, la suma del IVA y del impoconsumo presentaba una caída real (a precios constantes) de 6 por ciento, y al finalizar el primer trimestre de este año, con el ‘zarpazo estructural’, aún iba cayendo casi 3 por ciento a ritmo anual.
Y por último, porque no queda espacio para los gravámenes nuevos pero menores, como carbono y gasolina, el confiscatorio impuesto ‘a la riqueza’. Empezó como impuesto a la guerra, y sirvió precisamente para ganarla. Pero con la capitulación, y por órdenes de las Farc, pasó a ser el impuesto a la riqueza. Por estos días, precisamente, se realiza su declaración. Ya representa más de 5 por ciento del recaudo y es seguro que su vigencia será prolongada, ahora quién sabe con qué pretexto.
Los colombianos están cansados de tantos impuestos y de sus permanentes incrementos, sin que se vea el resultado. Por el contrario, hay cada vez más corrupción y más enriquecimiento de muy pocos con ellos. Llegó la hora de remendar el bolsillo y de racionalizar su uso, para que la economía salga de esta recesión, que ya va para rato.
Sergio Calderón Acevedo
Economista
sercalder@gmail.com
columnista
Bolsillo roto
Los colombianos están cansados de tantos impuestos y de sus incrementos, sin que se vea el resultado. Por el contrario, hay cada vez más corrupción.
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Sergio Calderón Acevedo
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