Con el propósito de reunir en un mismo escenario a diversos líderes mundiales del ámbito público y privado, semanas atrás se llevó a cabo un nuevo Foro de Davos en Suiza, en donde se analizaron y discutieron temas centrales del panorama global como lo es la desigualdad en el mundo. Sin embargo, resulta problemático y ambiguo que solo un grupo pequeño y privilegiado tenga la oportunidad de entrar en el debate de cómo se puede reducir esta asimetría social, cuando este problema los perjudica de manera tangencial.
Al analizar los datos presentados en el foro comienza a cobrar aún más relevancia este tema, ya que para el 2018, 26 personas poseían la misma riqueza de 3800 millones de personas, y la riqueza de la mitad más pobre de la población mundial tiende a reducirse en un 11%. Aunque algunos han criticado estas cifras por considerarlas exageradas, la verdad es que las brechas existentes son cada vez más amplias, por lo menos entre un pequeño sector de super millonarios y el resto de la humanidad. Esta es una realidad innegable.
El haberse planteado en el foro de Davos, el tema de la desigualdad, generó una serie de debates que siguen estando sobre la mesa. Un reciente artículo de Estefanía en El País de España, sirve para introducir el tema. En su comentario cita a Mark Blyth, catedrático de la Universidad de Brown, quien a raíz de este foro afirma que Davos es “donde gente muy seria se junta para discutir sobre cómo no hacer nada con la desigualdad”. Así mismo afirma Estefanía que Klaus Schwab, el fundador del Foro Económico Mundial, avisó que la continua desintegración del tejido social podría provocar “el colapso de la democracia”.
Sería incorrecto adjudicarle toda la responsabilidad de la desigualdad en el mundo exclusivamente al sistema capitalista, ya que en sí mismo, las iniciativas individuales que le permiten obtener beneficios a futuro no son incorrectas. No obstante, es necesario entender que el problema realmente reside en la permisividad del Estado y en los incentivos que se le han otorgado al sector privado, ya que al ser conscientes de que los intereses de estos agentes son “construir y acumular capital”, se les da vía libre a que actúen dentro de las competencias gubernamentales e incluso en algunos casos, que pasen por encima de la normatividad de la nación. Bajo este escenario es inconcebible una democracia sólida, puesto que, si en medio de la política está el dinero concertando las relaciones y los intereses estatales, los objetivos logran ser tergiversados, buscando beneficios para unos pocos y repercutiendo en implicaciones para la gran mayoría.
Los representantes colombianos que asistieron al foro poco cuentan sobre los resultados del mismo y menos aún sobre sus aportes, si es que los hubo. Este debate es absolutamente pertinente. Hemos crecido a pesar de haber tenido el conflicto interno más largo del continente, de no haber resuelto totalmente el tema de la paz, además se han dado avances sociales, pero somos un país profundamente desigual donde este tema no logra ubicarse en el centro del debate. Además, si somos realmente sinceros, nuestra democracia, la más antigua de América Latina como nos repiten permanentemente, sigue siendo débil entre otras porque el acceso a los derechos es una utopía para muchos, y además porque se visualizan frenos a la libertad de expresión, uno de los pilares de este sistema de organización política.
Nadie puede negar que el capitalismo así siga mezclado con feudalismo en Colombia, ha logrado avances sociales importantes en nuestro país, como la reducción de la pobreza y el crecimiento de la clase media, pero no puede ocultarse que estamos a años luz de ser una sociedad con niveles aceptables de equidad. Los vulnerables que son olvidados por quienes deciden, son el sector más grande del país, 36%, y además, las brechas sociales lejos de reducirse se amplían, como la que existe ente el campo y la ciudad. La pregunta pertinente tomando frases que circularon en Davos, ¿no es crítico en Colombia empezar a relacionar la democracia con la desigualdad?
Este es un país donde la gente tiene ingresos muy bajos, lo mostró el Dane recientemente en su encuesta de ingresos y gastos del 2018, y donde además guardadas las proporciones, también se da ese absurdo enriquecimiento de unos pocos, muy pocos. Esos pocos son los dueños de mucho sin que el Estado haya tomado las medidas necesarias para frenar esta concentración de poder económico y político. Cuando esto es cada vez más evidente en el mundo, pero también en Colombia, surge la preocupación sobre el impacto de esa realidad sobre la democracia. Si los superricos se fueran a vivir a otro planeta, vaya y venga, pero el problema es que conviven con los que menos tienen y al estar sobre representados en los niveles donde se toman las grandes decisiones, ocupan un papel de privilegio en las decisiones que nos afectan a todos. Si eso sobre pasa ciertos límites, que nadie ha definido hasta ahora, es la democracia la que está en juego.
Para iniciar este debate es oportuno tomar tanto el título del artículo de Estefanía, “El Colapso de la Democracia” como su última frase: “A mayor desigualdad, la movilidad social entre generaciones es menor, y los descendientes heredan en mayor grado tanto la riqueza como la pobreza de sus antecesores, lo que hace imposible que disfruten de derechos y oportunidades en igualdad de condiciones”.