Pocos ministros de Hacienda han sido tan determinantes en el devenir del país como Rudolf Hommes, quien como titular de la cartera durante la administración de César Gaviria, tuvo a su cargo el proceso de apertura de la economía, entre otros desafíos.
Un cuarto de siglo después, y ahora como banquero de inversión, este profesional bogotano sigue siendo un agudo analista de la realidad nacional, como lo demuestra en las columnas que publica regularmente en diferentes diarios. Portafolio lo entrevistó.
¿Cuál es su percepción de cómo están las cosas?
Hay un tema central que me inquieta y es que estamos creciendo muy poco. Y además, que hay muy poca preocupación, por lo menos manifiesta, sobre ese tema. Nos estamos conformando con que esa es una realidad de toda América Latina y que ahí vamos. No podemos quedarnos ahí, porque este no es un problema coyuntural.
Pero la desaceleración tiene sus causas…
Es verdad. Cayeron los precios del petróleo y eso nos afectó más que a la mayoría de países de la región. Sin embargo, eso en parte es culpa nuestra porque no hemos hecho nada para reestructurar esta economía ni para adaptarla a otras condiciones.
¿Hay una especie de resignación?
Sí. Pero es una resignación sobre bases falsas.
¿Qué quiere decir con que no se hizo el oficio de la reforma estructural?
Toda la discusión anterior era que tocaba acabar con el petróleo porque estaba induciendo a una enfermedad holandesa. Cayó el precio del crudo y no hemos hecho nada en estos tres años para evitar que cuando vuelva a subir tengamos otra vez el mismo mal. Vivimos una gran devaluación y no han arrancado las exportaciones. Hay una recuperación porque repuntaron los precios del petróleo y del carbón, pero por nada más. Y las no tradicionales, que en otras épocas fueron muy dinámicas, están en nada.
¿Esa falta de respuesta es sorpresiva?
Sí y no. Porque la industria no ha evolucionado y la agricultura muy poco. Cuando se acaba el mercado de Venezuela totalmente y cae el de Ecuador, nos quedamos sin tener a dónde exportar. Salió un análisis de Anif que muestra que Centroamérica tendríamos que conquistarlo, y no se está haciendo un esfuerzo bien definido para lograrlo. Con el Caribe sucede algo parecido.
¿Esa responsabilidad es del sector privado, público o compartida?
Es del sector privado, pero el sector público debe ayudar. La iniciativa y los esfuerzos deben provenir de los privados, aunque falta apoyo. Irse a África a vender productos colombianos, por ejemplo. No veo a Procolombia haciendo eso.
¿En qué más no hicimos la tarea?
En educación, ciencia y tecnología. La ingeniería que tenemos aquí es sobre todo administrativa, no la verdadera ingeniería, ingeniería. Eso es algo gravísimo. Las facultades de ingeniería no están produciendo un cambio técnico, no se nota.
Investigación para que este país suba la calidad de sus productos, y eso es culpa del Gobierno, del sector privado y de las universidades.
¿Tiene que ver eso con el hecho de que una de las grandes asignaturas pendientes de Colombia es la bajísima productividad?
Ese es uno de los temas. Pero también está el cambio técnico y hay unas fallas de mercado que son monstruosas. Por ejemplo, aquí hay demanda de profesionales en tecnologías de la información, programadores etc. Hay un montón de muchachos desempleados y muy poca gente estudia eso. En otros países el Gobierno tiene un rol más activo en el tema. Y no estamos importando gente que sepa lo que aquí hace falta ni dejando venir a los que quieren probar suerte en Colombia.
Desde la época del gobierno Gaviria usted defendió una política de inmigración más abierta, tal como ahora la propone Ricardo Hausmann…
Cuando propuse eso durante el Gobierno Gaviria la gente creyó que era porque mi papá era alemán. Dejar que venga gente con competencias distintas a las que existen es muy importante en términos de desarrollo. Si uno mira, la Universidad de los Andes se ha beneficiado mucho de las pequeñas puertas que se han abierto a venezolanos que vienen a enseñar allí, o de extranjeros que se enamoran de colombianas y se vienen a trabajar acá. Hace falta una política de apertura migratoria.
¿Qué explicación tiene de que no pase?
Tradicionalmente hemos sido xenófobos. Y la Cancillería padece eso in extremis.
Quizá por esa percepción de que se desplaza del empleo al nacional…
Sí. Y no se tiene en cuenta que eso genera empleo y genera riqueza. Es un pensamiento pasado de moda.
Cuando menciona el tema de la falta de ambición de los empresarios a la hora de salir ¿es por cultura o porque el mercado interno es más rentable?
Es una mezcla de las dos. La cultura aquí es muy cómoda, y muchas personas de negocios no creen que las fuerzas del mercado son casi inexorables. Se puede detener la competencia externa diez años, pero no indefinidamente. Acaba apareciendo.
El peso de las exportaciones en la economía es el mismo de hace 25 años. ¿Le preocupa?
Sí, y además hay un sesgo antiexportador. La protección acá ha subido y una de las razones por las cuales muchas empresas no están haciendo un esfuerzo mayor, es esa.
¿Este sigue siendo un país protegido?
Súper protegido. Juan José Echavarría lo trató de decir en Portafolio. Acá no se trata solo de la tasa de interés. Pero como a él le dieron mucho palo cuando propuso lo de los aranceles no lo volvió a mencionar. Pero eso es indispensable, hay que volver a mirar eso y abrir más la economía.
¿Por qué estos debates no se dan abiertamente?
Porque aquí le caen al que abra la boca. Estaba leyendo un texto de 1943 sobre los agricultores alemanes que en su momento apoyaron a Hitler con tal de que les protegiera el cultivo del trigo. Aquí uno ve cosas parecidas.
¿Piensa que el nivel de debate entre los economistas ha perdido calidad?
No solo calidad, sino frecuencia. Sale el ministro de Hacienda, habla y dice que todo va bien, y nadie le sale al ruedo.
¿Por qué?
Los economistas estamos demasiado ocupados en otras cosas. Para poder acceder a esta entrevista tuve que hacer el esfuerzo de ponerme al día, por ejemplo.
¿Está relacionado eso con la política?
La polarización nos llevó a prácticas que antes no existían. Éramos más democráticos. Ahora uno dice algo de la derecha y aparece un panfleto por allá en las redes sociales diciendo algo sobre la persona. Yo creo que hay temor de hablar.
¿Y el papel de los gremios?
Los gremios han perdido mucho protagonismo. No sé si eso es bueno o malo. Veo a la Andi muy cuidadosa. Juan Martín Caicedo es el que más habla pero siempre muy de su propio interés, no en general; y los economistas que eran tan activos, Anif y Fedesarrollo, por ejemplo, no se notan.
¿Amorcillados, para utilizar un término taurino?
O contratados por el Estado. No creo que eso sea malo, pero el Estado es más activo en contratar a los que saben. Entonces muchos tratan de no patear la lonchera.
¿Qué temas esperaría se debatan?
Necesitamos un cambio estructural. El rezago de la industria es un tema muy preocupante. Lo que decía de tecnologías de la información, también. Yo creo que eso merece una discusión muy profunda. ¿Por qué no está pasando aquí? Pasa en el Perú, para no ir muy lejos. Conocí un americano que quiso instalar una empresa de asesoría de tecnologías de la información en Colombia, pero le tocó irse para las Filipinas porque no conseguía gente que le trabajara que tuviera las competencias requeridas.
¿Por qué eso es importante?
Hausmann no hace más que insistir en que necesitamos mejorar la complejidad de nuestros productos. Los técnicos dicen que para subir ingresos se debe crear productos de mayor valor agregado. No podemos seguir solo produciendo bienes básicos o industria liviana y aspirar a tener un mayor ingreso.
¿Y vamos en la dirección contraria?
A veces. Ese proyecto de ley de subir los costos del trabajo nocturno, en este momento de desaceleración, es lo más inoportuno del mundo.
¿Está bien orientado el programa de infraestructura?
Yo sí creo. La inversión que se ve es muy buena, necesaria. El problema es que eso quedó semiparalizado por Odebrecht, y hay mucho temor. Entonces lo que se iba a hacer en dos o tres años se va a hacer en 10 y eso es malo para la economía.
La pobreza en Colombia cayó, pero tres de cada cuatro colombianos cree que vamos por mal camino. ¿Por qué?
Hay mucho pesimismo, en parte por los escándalos de corrupción y la polarización. Logramos una cosa increíble que es el acuerdo de paz, y al otro día ya lo estábamos desvalorizando. Y hay gente imprudente, como Fernando Londoño, que dice que hay que aniquilarlo, poner conejo. Eso genera entusiasmo entre los que se aferran a lo conocido y no quieren cambiar, pero incertidumbre y malestar en general.
¿Precisamente, cómo analiza el tema de la paz?
Soy un convencido de la necesidad de paz. Uno no puede creer que haya gente que quiera volver a la guerra. Me parece que las Farc se han portado razonablemente bien. Yo estaría otra vez en el monte, porque no les han cumplido, hay oposición extremista y la sensación de que no cumplir es una opción. Existe aparentemente buena voluntad y buena fe, y nosotros, del lado del establecimiento, también tenemos que proceder de la misma forma.
Pero las fuentes de violencia en Colombia siguen…
Es que la fuente principal de violencia en Colombia es la coca. No la planta misma sino su utilización comercial ilegal. No entiendo cómo desalojan las Farc un sitio y no está el Estado ahí inmediatamente, no en 15 días, pero sí las bacrim o los paramilitares. Eso se les va a volver un infierno si lo dejan en manos de ellos. Tiene implicaciones políticas y económicas gravísimas que más tarde pueden dar lugar a que se observe que no se procedió con la debida diligencia.
Hablemos de la coyuntura, ¿Cómo califica la política económica de este Gobierno?
Debemos dejar el conformismo, y ver para dónde vamos, aceptar que el modelo y la estructura económica actual no nos está llevando para donde queremos. En economía estamos como en una patria boba, y se necesita hacer algo para salir de ahí. Ver cómo producir más y generar mayor valor, innovación y productividad.
Reformas como la pensional siguen aplazadas…
Hay que hacerla, pero ahora me preocupa más el crecimiento que cualquier otra cosa. Porque eso es lo que nos permite hacer buena política social y reformas adecuadas. Si seguimos sin crecer, estamos fritos.
¿El énfasis debe ser otro?
Crecer y mejorar el ingreso de los colombianos. Que eso beneficie a todos y no, como ha sucedido, que genere problemas de distribución. A veces el crecimiento ocasiona más concentración.
Lo cual también tiene que ver con el sistema de ingresos y gastos. El tema tributario ha sido muy discutido…
A mi no me gustó la reforma, aunque espero que salga bien. Porque tampoco me gustó la anterior y esa salió mal.
Estamos en plena normalización tributaria. ¿Cómo la ve?
Con lo de la normalización debería entrar muy buena plata. En Chile fue muy exitosa, pero la penalidad era menor. Espero que eso nos dé una mayor holgura fiscal, que se necesita
¿Qué opina de lo que pasa en Bogotá?
Me preocupa la revocatoria del alcalde, no solo porque he sido muy partidario de Peñalosa sino porque tiene consecuencias graves. Fuera de las 4G, a las que veo un poco trancadas, los únicos que ahora tienen plata para gastar, y proyectos, son los alcaldes, y la economía necesita con urgencia que estos proyectos comiencen a ejecutarse. Si siguen las revocatorias, sobre todo en Bogotá donde la magnitud y alcance de las obras proyectadas es enorme, se va a esfumar uno de los principales propulsores que podrían revertir la tendencia de menor crecimiento.
¿Son grandes las posibilidades que tiene el país en agricultura?
Son gigantescas. Perú es el exportador más grande de aguacate del mundo y uno de los grandes en espárragos. Nos vende mandarinas y mangos que aquí se caen de los árboles y nadie los recoge porque no paga. Me aburrí de decir que se necesitaba una carretera para la altillanura, luego vino el escándalo este de los baldíos y ahora el de tierras y van a acabar con la altillanura como perspectiva. Estamos desperdiciando una oportunidad única. A la vuelta de pocos años podríamos añadirle por lo menos un punto porcentual al crecimiento anual. Ese es el tamaño de lo que se está dejando de hacer.
En otros sectores como la minería y el petróleo hay preocupación…
Y el activismo social que es importante tenerlo en cuenta. Uno no puede criticar eso porque hace parte de una democracia andando. El que se va a meter acá debe negociar con los municipios y las comunidades. Va a necesitar un plan de acción distinto al que han tenido hasta ahora. La gente no ve sino lo malo de la minería, y los mineros no se han sabido vender, y tampoco han podido emplear a la gente de los pueblos porque no tienen las competencias. Entonces hay problemas de educación y comunicación. Es curioso pero es lo mismo que sucede con la paz. No la hemos sabido vender.
¿Qué luces ve?
Los cañicultores están haciendo experimentos con frutas, que es algo muy promisorio.
La piña es un ejemplo alentador. Uno puede soñar que se está gestando una California en el norte del Cauca y que eso puede extenderse hacia el norte y eventualmente sustituir a la caña. No he dejado de soñar con la producción de cereales en gran escala en la altillanura que permitiría sustituir importaciones de alimentos que hoy pesan significativamente en el desequilibrio comercial de Colombia. Podríamos decirle a los jóvenes colombianos ‘eche p’al llano mijo’ que allá hay futuro.
Viene la temporada electoral. ¿Qué le gustaría ver?
Me gustaría que no fuera un tema el cuestionar si vamos o no a implementar la paz. Me gustaría tener una política de desarrollo rural efectiva, porque si no, no vamos a salir de la coca. Me gustaría saber que el Estado estará en todas partes, algo que puede ser costoso, pero con beneficios gigantescos.
¿Y qué más?
Hay que enfocarse en la economía. Me puse a hacer un ejercicio de cómo han crecido las economías en el mundo en los últimos 55 años. El ingreso per cápita corriente de Corea del Sur es 170 veces mayor que en 1960; en Singapur, algo parecido; en Asia del Este, 60 o 70 veces mayor; en América Latina, 23 veces; y en Colombia, 21 veces. Algo no estamos haciendo bien.
Ricardo Ávila
Director Portafolio
Economía
14 may 2017 - 3:23 p. m.
‘Si seguimos sin crecer, estamos fritos’, Rudolf Hommes
De la forma tranquila que lo caracteriza pero con la agudeza que es su sello desnuda las principales flaquezas del país.
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