En febrero de 2018 quién podría creer el panorama actual electoral. Sergio Fajardo lideraba la intención de voto, desafiado por Gustavo Petro, y German Vargas Lleras sobre quien ya se especulaba, habría que esperar, pues no había desarrollado en pleno su potencial electoral. Fajardo se proyectaba como el candidato con mayores posibilidades de crecimiento, atrayendo un porcentaje altamente significativo del voto de opinión, de independientes y de personas del común decepcionadas de la política tradicional.
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Fajardo se tomaba las calles con un discurso sencillo, directo y contundente que atraía a quienes evitaban a toda costa la polarización que candidatos como Gustavo Petro, Iván Duque, Alejandro Ordoñez o Marta Lucía Ramírez representaba. Además se supone que Fajardo abanderaba una renovación política con dos activos que se han venido relativizando a lo largo de esta campaña: una hoja de vida académica envidiable, y un pasado por la política regional exitoso. No obstante, aquello parece haberse esterilizado en el último tiempo, por cuenta de una coyuntura nacional y regional que no le favorece.
Los problemas de Fajardo se evidenciaron cuando las consultas internas para la elección de candidato presidencial de la izquierda (Inclusión social para la paz) y de la derecha (Gran Consulta por Colombia) fueron debilitando las posibilidades de los discursos moderados. El 11 de marzo, cuando paralelo a las elecciones legislativas, se vio a decenas de personas reclamando porque se habían acabado los tarjetones de la consulta de la derecha, se catapultaron las candidaturas de Petro y de Duque, mientras el resto de candidatos perdió visibilidad. Comenzaron las presiones para que una coalición entre Humberto de la Calle y Fajardo no obligara a los colombianos a elegir entre dos extremos en una vertiginosa segunda vuelta. Ni el café que se tomaron los candidatos, ni la presión expresa en los medios sirvió para sellar una unión, que posiblemente hubiera cambiado el curso de la opinión. La misma se vio influenciada por las encuestas, la dramática situación en Venezuela, los diálogos con el ELN y el postconflicto con las Farc, que paradójicamente le restó valor a la paz como tema electoral. Con ello, la moderación como virtud ha sido puesta en entredicho, nada más nocivo para Sergio Fajardo, que aún confía en que el voto de opinión le permita llegar a la segunda vuelta.
Con el pesimismo antropológico criollo se dice de Fajardo, lo que crudamente de Carlos Gaviria “excelente candidato, pero no para un país tan primario y elemental”. Fajardo aspira a que se le tome en serio, y pueda convertir el discurso moderado técnico y desapasionado, en una opción viable. Cuenta no solo con el voto de su partido, sino del Polo Democrático. En esta recta final, su candidatura centrada en la educación se intensifica, y se aspira a transformar los hábitos electorales y no se opte por un voto castigo o en contra sino más bien propositivo. Apuesta cuesta arriba si se tiene en cuenta la radicalización del discurso político, la fragmentación de la izquierda y el factor que más juega en su contra: hasta ahora el voto de opinión no ha definido una carrera presidencial. Ha sido vital en momentos críticos como en la segunda vuelta hace cuatro años, pero no se ha visto un Presidente elegido con una base de opinión. Fajardo espera que de forma inédita ese voto creciente pero aún subsidiario le baste para llegar a junio. Enfrente tiene un rival de peso y aparentemente imbatible: la polarización.
Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor principal Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario