Con base en las últimas cifras publicadas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) es posible advertir que para 2016 y 2017, la inversión extranjera directa cayó un 7 por ciento. Es una continuidad en el descenso, a partir de que las cifras más de este indicador se lograron en la región durante 2011. Las causales de estas caídas son varias, y una de ellas consiste en que no se ha logrado superar en su totalidad, la última crisis financiera internacional, misma que tuvo su punto de inflexión en septiembre de 2008, hace ya casi diez años.
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Siempre en referencia de las causales, otro factor es el fortalecimiento -tal y como lo señala la propia CEPAL- de las economías azules, esto es basadas en tecnología, en tecnología de punta. Estas se desarrollan por lo general, en los países desarrollados en los cuales hay mayor disponibilidad de mano de obra calificada. No obstante, una excepción a esta característica es el conjunto de empresas de la India que son contratadas -en una modalidad de tercerización- por empresas tecnológicas de Estados Unidos y Europa.
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Otra causal para este descenso de inversión está relacionada con la baja en el precio de las materias primas. Es de recordar que este tipo de exportaciones prevalecen en la región y que el período de auge de los precios internacionales de las mismas se tuvo durante los años de 2003 a 2013.
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La región, como uno de los derivados de las políticas de apertura económica, ha tendido a especializarse en bienes muy relacionados con los recursos naturales que no tienen mayor valor agregado. Esto no permite que se expandan los empleos con mayores remuneraciones y de allí otro factor para que no logren incrementarse la demanda interna de los mercados nacionales en Latinoamérica.
Durante los dos años pasados, la región latinoamericana y caribeña recibió un 10 por ciento del total de inversión extranjera directa mundial. No se trata de una cifra para nada despreciable, pero que se aparta del 14 por ciento que se había recibido durante los años de 2011 a 2014. Actualmente, este tipo de inversión constituye un 3.6 por ciento del total de producción anual, es decir del producto interno bruto en la región.
Los flujos de capital en general son mayores para los países, pero la inversión extranjera directa, como indicador estricto, tiene la ventaja de estar más asociado a la formación de capital fijo. De allí que tiene un mayor impacto en la economía real de los países -aquella que está relacionada con la generación de bienes, servicios y empleo. Se aparta de este concepto, el conjunto de capitales destinados a las actividades de la economía financiarista, la que se fundamenta en los derivados financieras del sistema bancario.
Las cuatro economías latinoamericanas que más recibieron inversión extranjera directa son: Brasil con 48 por ciento del total; México con 20 por ciento; Colombia con 8 por ciento; y Chile con 7 por ciento. Esto está asociado, como es de esperarse, al tamaño de las economías y son los flujos de inversión extranjera directa, uno de los factores que más pueden incidir en la consecución de niveles sostenibles de crecimiento económico que puedan traducirse en mayores niveles de desarrollo humano para todo país.
Giovanni E. Reyes,
Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard.
Profesor Titular y Director de la Maestría en Dirección de la Universidad del Rosario.