El año 2018 comienza con indicadores económicos y geopolíticos que apuntan en direcciones muy diferentes. Los mercados bursátiles mundiales están a niveles récord, y la confianza económica está aumentando en la mayoría del mundo desarrollado. Pero mientras los inversionistas están siendo alcistas, los seguidores de la política internacional están extremadamente nerviosos.
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Durante los últimos años, el Medio Oriente ha tendido a ser la fuente de malas noticias, y Asia se ha especializado en el optimismo. Este año ese patrón se podría revertir. El mayor riesgo geopolítico es una guerra en la península coreana.
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Si los Estados Unidos cumple con la amenaza del presidente Donald Trump de usar “fuego y furia” para desarmar a Corea del Norte, será la primera vez que EE. UU. entra en guerra con otro Estado con armas nucleares. Los riesgos son literalmente incalculables.
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Por otro lado, existen numerosos aspectos importantes que, finalmente, pudieran salir bien en el Medio Oriente. La combinación de la agitación en Irán con la liberalización de las reformas en Arabia Saudita y la derrota final del Estado Islámico (EI) en el campo de batalla, representarían serios reveses para las formas más fundamentalistas y combativas del islamismo.
Tanto inversionistas como economistas parecen estar descontando el riesgo de una guerra en Corea del Norte. Pero los expertos en seguridad nacional son mucho menos optimistas. Un sinnúmero de ellos opina que la actual atmósfera en Washington es incómodamente reminiscente del estado de ánimo antes de la invasión de Iraq en 2003, cuando la clase dirigente de la política exterior estadounidense se autoconvenció de que una guerra preventiva contra Saddam Hussein era una buena idea. De manera similar, la guerra contra Corea del Norte está pasando de ser impensable a ser pensable.
El senador Lindsey Graham, miembro republicano del Comité de Servicios Armados del Senado, ha declarado que la guerra es “inevitable” si Corea del Norte no detiene su programa de armas nucleares. El general H. R. McMaster, el principal asesor de seguridad nacional del presidente, también está sonando cada vez más belicista. Él ha prometido que EE. UU. “hará lo que sea necesario” para detener el programa nuclear de Pyongyang.
Estas intransigentes declaraciones deben sopesarse en relación con los factores que siempre han prevenido un ataque estadounidense, principalmente la amenaza de que una represalia norcoreana pudiera causar cientos de miles de bajas en la vecina Corea del Sur.
Una posibilidad es que el ejército estadounidense le haya dicho a la Casa Blanca que puede mantener las bajas en Corea del Sur a un nivel aceptable mediante ataques preventivos dirigidos a los misiles norcoreanos que apunten hacia Seúl, la capital de Corea del Sur. Pero, incluso si eso funcionara, dejaría sin responder la cuestión de cómo encontrar y asegurar las armas nucleares del régimen, una misión que probablemente debería involucrar a las tropas de infantería.
Esto todavía parece demasiado peligroso como para contemplarlo, sobre todo teniendo en cuenta que los aliados asiáticos más cercanos a EE. UU. –Japón, Corea del Sur y Australia– probablemente no respaldarían un ataque preventivo.
Un mensaje de Año Nuevo de Kim Jong Un, el líder norcoreano, explotó esta división al amenazar a los Estados Unidos con el uso de armas nucleares mientras que ofrecía dialogar con Corea del Sur.
Así es que mi suposición inicial para 2018 es que no habrá, al final, una guerra en la península coreana. Un presidente convencional se preocuparía profundamente de que la “credibilidad” estadounidense se viera comprometida por el incumplimiento de su solemne promesa de detener el programa nuclear de Corea del Norte. Pero el presidente Trump se inventa su propia realidad, por lo que es mucho menos probable que se preocupe por las apariencias.
En cualquiera de los casos, una buena regla que observar en relación con las predicciones geopolíticas es que los acontecimientos que verdaderamente cambian al mundo –desde la caída del Muro de Berlín hasta los ataques terroristas del 11 de septiembre– son los que los expertos no habían anticipado. El imprevisto estallido de manifestaciones de esta semanas en las calles de Irán es un útil recordatorio de este hecho.
En asuntos del Medio Oriente, el pesimismo suele ser la mejor opción. Desde la guerra de Iraq hasta la Primavera Árabe y el proceso de paz israelí-palestino, las evaluaciones más sombrías a menudo se reivindican.
Por lo tanto, se debe aceptar que en Irán el resultado más probable es que la actual ola de protestas se esfume o que sea aplastada, tal y como sucedió en 2009.
Por otro lado, el fundamentalismo islamista es un callejón económico y social sin salida, y las personas atrapadas en callejones sin salida al final intentan dar marcha atrás para salir.
Algo parecido pudiera ya estar sucediendo en Arabia Saudita, donde el impetuoso príncipe heredero Mohammed bin Salmán parece genuinamente determinado a enfrentarse a la clase dirigente wahabí. Si los grupos rivales de islamistas de línea dura pierden terreno en Riad y en Teherán, y en los campos de batalla de Siria e Irak, entonces 2018 pudiera pasar a la historia como un año de reveses históricos para el fundamentalismo islamista.
Después de una sombría racha en el ámbito de la política mundial, es hora de recordar que puede haber sorpresas tanto buenas como malas. Mi resolución para el nuevo año es sacudirme el desánimo inducido por el presidente Trump y por el Brexit.
En aras de ese espíritu, voy a predecir que la mayoría de los grandes riesgos que actualmente preocupan a los expertos no se materializarán. No habrá una guerra en la península coreana, ni habrá una en el mar de China Meridional ni en Europa del Este. La Unión Europea (UE) no se derrumbará, las negociaciones del Brexit no colapsarán y los mercados no entrarán en crisis. Por el contrario, habrá un cambio grande y positivo en el Medio Oriente.
Y mi última predicción: Inglaterra ganará la Copa del Mundo.