Las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, dos de las economías más grandes del hemisferio occidental, se debilitaron - debido a un descuido mutuo - durante la mayor parte de los 13 años del gobierno izquierdista del Partido de los Trabajadores en Brasil que terminó en 2016.
Durante ese período, Brasil se convirtió en el B del acrónimo BRICS para las economías emergentes, junto con Rusia, India, China y Sudáfrica y se enfocó en establecer asociaciones en América Latina, Asia y África. Sin embargo, actualmente el presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro son almas gemelas políticas, ambos elegidos en plataformas populistas con un disgusto común por la creciente influencia global de China.
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Justo unos días antes del viaje de Bolsonaro a Estados Unidos en marzo, su hijo, Eduardo, asistió a una fiesta en Washington vistiendo una gorra verde adornada con letras doradas que decían: Make Brasil Great Again, haciendo eco del eslogan de Trump.
Los presidentes fueron igualmente entusiastas y se comprometieron a fortalecer los lazos económicos. “Brasil y EE. UU. están presionando el botón de reinicio en términos de sus relaciones comerciales”, dijo Marcos Troyjo, viceministro de Comercio Exterior de Brasil.
Pero a pesar del deseo de las dos administraciones de aprovechar su camaradería ideológica conservadora, y su unanimidad de pensamiento con respecto a la necesidad de sacar a Nicolás Maduro del poder en Venezuela, la realidad es que las conversaciones comerciales no son una prioridad en la agenda de Washington.
El comercio bilateral entre Brasil y Estados es de sólo US$100.000 millones al año. Esto representa sólo una sexta parte del comercio entre México y EE. UU., a pesar de que la economía de US$2 billones de Brasil es casi del doble de tamaño de la de México.
En las Américas, Robert Lighthizer, el representante comercial estadounidense se ha enfocado en impulsar el acuerdo revisado del TLCAN con Canadá y México a través del Congreso.
Más allá de eso, la atención de Lighthizer ha estado dominada por el desenlace de las conversaciones comerciales con China y el posible lanzamiento de nuevas negociaciones comerciales con Japón y la UE.
El optimismo prevaleció entre los funcionarios y empresarios estadounidenses durante la visita de Bolsonaro, pero esto se debió en gran parte a que, hasta el momento, las relaciones comerciales entre los dos países ha sido difícil.
“El Gobierno Bolsonaro considera a EE. UU. como un socio estratégico y desea restablecer la relación en términos más positivos, y el gobierno estadounidense parece estar de acuerdo”, aseguró Cassia Carvalho, directora ejecutiva del consejo empresarial de Brasil y EE. UU.
Hubo algunos avances. Ambos países llegaron a un acuerdo para respaldar los lanzamientos espaciales estadounidenses desde la base de Alcántara en el norte de Brasil a través de una serie de salvaguardas tecnológicas; Brasil retiró sus requisitos de visa para los ciudadanos estadounidenses; y EE. UU. dijo que respaldaría la membresía de Brasil en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), a cambio de que Brasil abandonara el trato preferencial en la Organización Mundial de Comercio.
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“Para Brasil es importante ingresar a la Ocde y, de hecho, Estados Unidos estaba bloqueando su entrada, por lo que fue razonable renunciar al tratamiento preferencial”, señaló Pedro da Motta Veiga, director del Centro Brasileño de Estudios de Integración y Desarrollo.
Mientras tanto, se tomaron algunas medidas para reducir las tensiones en torno al acceso a los mercados agrícolas en ambos países. Brasil demostró estar dispuesto a permitir que más carne de cerdo estadounidense ingresara al país junto con importaciones de trigo sin aranceles, y EE. UU. está explorando opciones para volver a permitir las importaciones de carne fresca de Brasil.
Sin embargo, es probable que la agricultura sea el mayor obstáculo para cualquier posible acuerdo comercial, ya que ambos países son rivales mundiales en este campo. “En varios sectores, con énfasis en el sector agrícola, ambos países son competidores y eso puede plantear dificultades al discutir las ofertas de ambas partes para un eventual acuerdo de libre comercio”, apuntó Renata Amaral, investigadora visitante de American University en Washington DC.
Los analistas y ejecutivos también señalan que deben abordarse las divergencias regulatorias - facilitación del comercio, simplificación fiscal, anticorrupción y derechos de propiedad intelectual - en cualquier expansión de las relaciones comerciales entre EE. UU. y Brasil.
Además, las manos de Brasil están atadas por Mercosur, un pacto aduanero regional que prohíbe a sus países miembros negociar individualmente los acuerdos comerciales.
Según Stratfor, la consultora de riesgos, la administración Bolsonaro “parece estar analizando seriamente las perspectivas” para un acuerdo comercial con Estados Unidos. Pero, agregó, “Brasil no puede comenzar realmente a realizar tales negociaciones a menos que pueda modificar la carta del Mercosur”.
Durante su primera visita desde que asumió el cargo en enero, Bolsonaro le dijo a Trump que “queremos que haya un gran Estados Unidos, y también queremos que haya un gran Brasil”.
El problema es que cambiar la dinámica comercial enraizada “no será tan fácil como cambiar los colores y los nombres de los países en las gorras deportivas”, advirtió un diplomático de América del Sur.
Andres Schipani y James Politi