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Internacional

01 feb 2019 - 8:20 p. m.

Mamoudou Gassama es el ‘Hombre Araña’ de París

El maliense que escaló un edificio para salvar a un niño habla sobre su reunión con Emmanuel Macron, la inmigración y su nueva vida.

Mamoudou Gassama

Tras la hazaña que realizó para salvar al niño, el presidente francés, Emmanuel Macron, pidió una reunión con él y le ofreció que iniciara su entrenamiento para convertirse en bombero.

AFP

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Portafolio
01 feb 2019 - 8:20 p. m.

Fue apodado el ‘Hombre Araña’ por su capacidad sobrehumana para escalar edificios, pero Mamoudou Gassama aún está sujeto al el tráfico parisino como el resto de nosotros.

Después de esperarlo en un restaurante de comida del África occidental casi 20 minutos recibo un mensaje de texto de Mams Yaffa, su traductor: una protesta de motociclistas está bloqueando la calle y van a llegar tarde. Después de semanas de interrupciones por los chalecos amarillos, los pequeños contratiempos logísticos se han convertido en la norma.

Para pasar el tiempo, vuelvo a ver el vídeo viral de YouTube que muestra cómo, en unos 30 segundos, Gassama se convirtió en un héroe nacional, al salvar a un niño pequeño que estaba colgando de un balcón del cuarto piso de un edificio de apartamentos parisino. Rápidamente trepó por la fachada del edificio y llevó al niño de cuatro años a un lugar seguro, mientras una multitud asombrada observaba el drama desde la calle.

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Gassama, de veintitrés años y proveniente de la convulsa Mali, era en ese momento uno de los cientos de miles de inmigrantes indocumentados de Francia. Su audacia captó la imaginación justo cuando el presidente Emmanuel Macron estaba tomando medidas para endurecer las leyes de inmigración tras los logros electorales de la extrema derecha.

Su nueva fama le valió una serie de premios, una audiencia con Macron en el Elíseo y una vía rápida hacia la ciudadanía francesa. Mi invitación inicial a almorzar fue rechazada porque Gassama estaba ocupado realizando prácticas laborales con el Cuerpo de Bomberos de París. Así que nos conformamos con la cena.

Son más de las 10 pm cuando Gassama llega a Le Griot, que en África occidental significa narrador. En París, es un pequeño restaurante en una calle anodina del sur de la ciudad.
Gassama ha llegado con otros dos malienses: Yaffa, quien asume el papel de gerente de relaciones públicas, traductor o fotógrafo personal; y otro amigo, Hadietou Kebe. El almuerzo no sólo se ha convertido en una cena, sino que ahora somos cuatro personas en lugar de las dos habituales.

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Ocupamos una mesa junto a la ventana, y Gassama explica cómo conoció a Kebe en un campamento de refugiados en Italia en 2015. Resultó que los dos eran de pueblos cercanos en Mali; ahora son vecinos en Montreuil, un suburbio del este de París.

Gassama está aprendiendo francés, pero aún no es tan bueno como el italiano que aprendió mientras vivía en Roma, su primera parada en Europa en 2014. Dado que yo no puedo hablar ni soninké ni bambara (sus otros dos idiomas), se decide que Yaffa actuará como intermediario, traduciendo el soninké de Gassama al francés o al inglés.

El joven tímido, tentativamente, comienza a relatar cómo llegó a Francia. Creció en una aldea en el suroeste de Mali, el quinto de ocho hijos, y cultivó mijo con su familia, sin asistir nunca a la escuela. En el equipo de fútbol local, ‘Zidane era su apodo’, dice Yaffa, por Zinedine Zidane.

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A los 15 años, Gassama se mudó lejos, a cientos de millas de su aldea, a Bámako, la capital de Malí. En ese momento, las zonas norte y sur de Mali estaban enfrascadas en una guerra civil, pero ésa no es la razón que Gassama alega para su partida. Más bien, el grupo étnico soninké tiene una tradición itinerante bien establecida, y Gassama dice que su objetivo era emprender una aventura y tener éxito en su vida. Escogió Francia como destino final por su historia como anfitrión de inmigrantes malienses.

En Bámako, trabajó como albañil para ganar dinero para viajar a Abiyán, capital de Costa de Marfil. Siendo todavía un adolescente, cruzó Burkina Faso, Níger y luego llegó a Libia, viajando por el Sahara en un vehículo todoterreno.

Las descripciones de Gassama son breves y objetivas, y hay que estimularlo para que dé detalles. “Fue muy difícil, especialmente cuando llegamos a la frontera entre Níger y Libia”, afirma. “Estás en el coche, pero a veces tienes que bajarte y empujarlo, y caminar en el desierto. No tienes agua, hace calor. Algunas personas no llegan a Libia, mueren en el camino”.

El primer intento de Gassama fue frustrado. En 2013 trató de cruzar de Libia a Italia en barco y fue arrestado y encarcelado. Más adelante, habla más sobre las condiciones en Libia, explicando que quiere establecer una fundación para ayudar al pueblo de ese país. “Es muy difícil para los inmigrantes en Libia, muy difícil para los africanos de raza negra”, agrega. “Te golpean, te meten en la cárcel, matan a algunas personas y también esclavizan a otras. Hay mucho racismo allí”.

El segundo intento de Gassama de llegar a Italia tuvo éxito, pues su barco repleto de personas fue rescatado y pasó un mes en Sicilia en el campamento de refugiados más grande de Italia, antes de ser trasladado en un avión militar a otro centro de migrantes en Roma.

Su llegada a Europa coincidió con el momento más álgido del debate sobre la inmigración, cuando los líderes del continente buscaban una forma de lidiar con la afluencia de personas. En Alemania, Angela Merkel tomó la decisión de recibir a más de un millón de migrantes en 2015, una medida que ha tenido consecuencias abrumadoras para la política global.

Gassama tenía dos hermanos mayores viviendo en París, y después de tres años viviendo en Roma, decidió reunirse con ellos. Llegó en 2017, y se dirigió a Montreuil. A menudo se le conoce como ‘la Pequeña Bámako’ y alberga a entre 6.000 y 10.000 de los 100.000 inmigrantes malienses de Francia.

“Las condiciones de inmigración no son fáciles”, resalta Gassama. Él tuvo suerte porque pudo vivir con sus hermanos. “El Gobierno de Francia tiene que decidir qué hacer. Pero conozco las malas condiciones en que viven algunos inmigrantes, así que creo que pueden hacer más para ayudar a las personas”.

Encamino la conversación hacia el día del rescate. Fue un fin de semana de mayo del año pasado y Gassama caminaba con un amigo por el distrito 18 para ver la final de la Liga de Campeones. “De repente vi a muchas personas mirando hacia arriba y algunas de ellas estaban llorando. Y luego vi a un niño”.

A Gassama le deben haber pedido que comparta su historia del rescate cientos de veces, pero no hay elaboración ni valentía en su recuento. Sólo una sonrisa tímida cuando se muerde el labio inferior y dice sencillamente: “Simplemente subí”. ¿Dónde aprendiste a escalar?, le pregunto. “Nunca lo había intentado antes”, dice. “No hay ni un árbol grande en mi país. Simplemente subí”.

“En esa situación no piensas en nada. Creí que tal vez podía ayudarlo. Y dices ‘Bueno, ahí vamos’. Porque si tratas de pensar si subir o no, nunca lo harás”.

La hazaña de Gassama fue captada en vídeo en un teléfono inteligente y publicada en las redes sociales. Ya para el lunes después del rescate, estaba en el centro de una tormenta mediática internacional. Días más tarde, lo invitaron a conocer a Macron, quien calificó la medida de “un acto excepcional, un acto de heroísmo”.

“Nunca pensé que en algún momento de mi vida conocería al presidente o iría al Palacio del Elíseo”, apunta Gassama. “Era como si estuviera soñando”. Macron le dijo que era un héroe y le dio las gracias en nombre del pueblo francés. “Y me dijo que debía entrenarme para ser bombero porque lo que hice era como el trabajo de un bombero”.

Cuatro meses después del rescate, Gassama obtuvo la ciudadanía francesa en una ceremonia en París, sin pasar por la vía normal a la ciudadanía que implica vivir legalmente en el país durante al menos cinco años. “Me puse muy, muy feliz de ser francés”, asegura con una sonrisa. “Así que ahora soy un hombre francés y maliense”.

Le pregunto a Gassama si le cae bien Macron, a quien algunos tildaron de hipócrita por elogiarlo mientras intentaba deportar a otros como él, y desestimaron la invitación del presidente al Palacio del Elíseo como un truco de relaciones públicas. “Él es mi presidente, ya sabes, por eso me cae bien”, responde.

¿Y qué le depara el futuro a Gassama, más allá de su período de 10 meses de trabajo con los bomberos de París? “Lo que quiero en el futuro es tener mi propia familia y ayudar a mi familia en África”, resalta. “Quiero conseguir un buen trabajo y tener hijos. Lo mejor que puedes tener en la vida es tu propia familia. Después de eso no sé qué me reservará la vida”.

Reflexionamos sobre los efectos de convertirse en una celebridad de la noche a la mañana en un país extranjero. Yaffa, quien dirige una consultoría de comunicaciones, me dice que es amigo de los hermanos de Gassama en París y que los ancianos de la comunidad de Soninke lo trajeron para manejar la situación después de que el rescate de Gassama lo colocó en la palestra pública y en el circuito de eventos globales.

Yaffa saca su iPhone para ilustrar su punto: ahí está Gassama en Rusia en la Copa del Mundo; en Los Ángeles, donde fue homenajeado como héroe humanitario por la Black Entertainment Television (BET); y reunido con Irina Bokova, ex directora general de la Unesco. Incluso hay un vídeo de Gassama con el Departamento de Bomberos de Nueva York, en el que se puede escuchar una voz incrédula que dice “mira, es el Hombre Araña”.

Le pregunto a Gassama cómo se siente con respecto a este estatus de celebridad recién adquirido. Como parte de la generación de Instagram y con su propio gerente personal de relaciones públicas, parece ponerse filosófico acerca de la fugaz naturaleza de la fama. “Cuando te conviertes en una celebridad es porque hay personas a tu alrededor que dicen que lo eres”, dice. “La gente puede decir con la misma facilidad que no eres una celebridad. Hice lo que tenía que hacer y así es la vida. Sigo siendo la misma persona”.

Y como millones de otros jóvenes de 23 años, sólo quiere salir con sus amigos y jugar fútbol o en el PlayStation. Dice que aún no ha subido a la Torre Eiffel y le gustaría visitar el museo de arte indígena Quai Branly.

Mientras la noche llega a su fin, le pregunto dónde está su hogar. Gassama luce pensativo y luego sonríe, señalando su sudadera estampada con ‘París’ en el pecho. Dice en voz baja: “Aquí. En París. Aquí”.

Harriet Agnew

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