En poco tiempo, la mayoría de los estadounidenses habrá olvidado lo que Donald Trump dijo. Durante su primer discurso al Congreso hace un año, el presidente les dio esperanza a los adultos de todo el mundo. Las personas se sintieron entusiasmadas de que él pudiera estarse convirtiendo en un individuo adecuado para su trabajo. El martes por la noche, él utilizó su discurso del Estado de la Unión para convertirlo en una reconfirmación anual. Según los estándares de Trump, fue un discurso equilibrado. Si se esperaba que infundiera serenidad, el mandatario cumplió con su cometido. Donde había discordia, él trajo armonía. Y así por el estilo.
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Pero como lo sabe cualquier niño, hay que observar lo que hace la gente, no lo que dice. El martes, Trump habló durante una hora y 20 minutos, convirtiendo el discurso en el tercero más largo de este tipo en la historia de los Estados Unidos. Lo que ‘hizo’ quedó plasmado en dos acciones antes del discurso. La primera fue agorera para la democracia estadounidense. La segunda fue preocupante para la estabilidad global. Si Trump las hubiera combinado en una sola narración, el discurso habría sido informativo. Durante el evento, él no mencionó ninguna de las dos.
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La primera acción fue unir a los republicanos en apoyo de su ataque contra las agencias federales de seguridad. El lunes, los republicanos votaron a favor de publicar un memorándum partidista que alega que el Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) y el Departamento de Justicia son responsables de una conspiración del ‘Estado profundo’ para anular la elección de Trump. El martes, Devin Nunes, el presidente republicano del Comité de Inteligencia, se rehusó a negar que él hubiera coordinado la elaboración del informe con la Casa Blanca del presidente Trump, lo cual significa que sí lo hizo.
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Cualquier funcionario legal federal que no esté a favor de Trump, está en su contra. El FBI ahora es un adversario del presidente de Estados Unidos. Los republicanos también votaron para suprimir un informe demócrata que disputaba los hallazgos de la mayoría republicana del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes. A nadie debiera caberle duda: si Trump despidiera a Robert Mueller, el fiscal especial a cargo de la investigación de la influencia rusa en las elecciones de 2016, los republicanos no se lo impedirían.
La única diferencia con lo que está sucediendo en la Hungría de Victor Orban es que Bruselas no puede hacer nada para penalizar las acciones de Trump. Solamente los republicanos pueden hacerlo. El mandatario no mencionó la investigación del fiscal Mueller en su discurso. Pero dejó caer una escalofriante pista. “Le pido al Congreso que empodere a cada secretario del gabinete con la autoridad para remover a los empleados federales que socaven la confianza pública o que le fallen al pueblo estadounidense”, dijo. Hace unos meses, los republicanos estaban previniendo a Trump de obstruir la justicia. Ahora lo ovacionan de pie.
La segunda acción de Trump el martes fue echar a su candidato como embajador para Corea del Sur antes de que fuera confirmado. Una vez más, este hecho no apareció en el discurso del mandatario. Pero fue más significativo que todas sus palabras combinadas. El pecado de Victor Cha fue evitar en privado de un ataque preventivo por parte de EE. UU. en contra de Corea del Norte, el llamado ataque de “nariz sangrante” contra el programa nuclear de Kim Jong Un.
Cha también habló en defensa del acuerdo comercial entre EE. UU. y Corea del Sur que el Trump quiere eliminar. La partida de Cha es una señal de que los de línea dura en la Casa Blanca de Trump están ganando el argumento. Según los viejos estándares, a Cha se le consideraba como un halcón, pues estuvo a cargo de la política de Asia para la administración de George W. Bush. Según la medida de Trump, Cha era una paloma. El martes lo sacaron.
El contenido del discurso de Trump puede haber sido olvidable. Pero los efectos de la sumisión de su partido perdurarán. Esta sumisión fue capturada más evidentemente en un tuit de Frank Luntz –el comentarista conservador y encuestador político, y un anterior escéptico en cuanto a Trump– después del discurso. “Esta noche, le debo una disculpa a Donald Trump”, escribió Luntz. “Esta noche él me conmovió y me inspiró. Esta noche, tengo fe nuevamente en EE. UU.”. Es fácil ver por qué los republicanos se están alineando. Trump comienza su segundo año en su posición más fuerte hasta el momento. La economía estadounidense está creciendo. Los demócratas no están unidos. Y sus índices de aprobación se han estabilizado en alrededor del 40%. El martes por la noche, Trump parecía casi normal.
Pero la situación es extremadamente anormal. Es probable que Trump apruebe la publicación de un memorándum que su propio Departamento de Justicia describió como “extraordinariamente insensato”. Esto pasará a la historia como el momento en el que los republicanos de Washington oficialmente respaldaron la paranoia del Estado profundo de Trump. No puede haber vuelta atrás. A la mitad del país no parece importarle. La otra mitad cree que Trump está desmantelando el Estado de derecho. Uno de estos grupos tiene que estar equivocado.
Era como si hubiera dos administraciones, una encabezada por Trump; la otra conocida como el ‘Estado profundo’.