Durante los últimos 25 años, la industria colombiana ha perdido participación en el PIB, como consecuencia de un lento, pero constante proceso de desindustrialización, fuertemente vinculado con la apertura económica de la época y la preponderancia otorgada posteriormente al sector minero-energético. A lo largo de este sinuoso divagar, el país abandonó la estrategia de la industrialización, ligada entonces a la sustitución de importaciones, y decimó luego la protección arancelaria para entregarle la actividad industrial a las fuerzas del mercado.
El comportamiento reciente de la manufactura nacional evidencia la profundización de la destrucción de la base industrial colombiana, actualmente sumida en una pavorosa recesión industrial, que no parece preocuparle demasiado al Gobierno Nacional, dedicado de manera prioritaria –y casi exclusiva– a la implementación del proceso de paz. Según el Dane, el sector manufacturero decreció 1,5 por ciento en el primer semestre del año. De los 24 sectores que componen la industria manufactura, 17 registraron caídas significativas de la actividad económica, equivalentes al 70 por ciento del total. Se destacan el impresionante derrumbe de la fabricación de equipo de transporte (-11,4 por ciento); metalurgia (-10,1 por ciento); hilatura (-9,2 por ciento); muebles (-6,9 por ciento); curtiembres y calzado (-6,4 por ciento); bebidas (-5,5 por ciento); textiles (-5,1 por ciento); confecciones (-5,1 por ciento); maquinaria y equipo (-4,2 por ciento); impresión (-2,3); ingenios azucareros y trapiches paneleros (-2,5 por ciento).
De acuerdo con Bruce Mac Master, presidente de la Andi, las razones de fondo que explican la desindustrialización en Colombia tienen que ver con fallas estructurales de la política pública, entre las cuales sobresalen la ausencia de preparación del aparato productivo para enfrentar la apertura económica y los TLC, al asumir de manera ingenua o errónea, que el mercado era el gran optimizador de la economía; el rechazo oficial a cualquier forma de política de desarrollo industrial; y el desconocimiento por parte de la clase política colombiana del papel dinamizador del sector privado en el desenvolvimiento de la economía nacional.
Fabricato, con 97 años de historia a cuestas, presentó la cruda visión empresarial del cataclismo industrial colombiano, al anunciar la suspensión temporal de sus actividades fabriles por el entorno negativo de la economía del país, el contrabando de productos textiles y la rebaja de aranceles que promueve la masiva importación de telas y prendas. Según sus directivas, estas circunstancias “han afectado de manera sistemática las ventas y han incrementado los inventarios de producto terminado, haciendo que la operación industrial resulte negativa durante el primer semestre”.
La destrucción de la actividad fabril colombiana exige una nueva estrategia de industrialización, que separe la Aduana de la Dian y le otorgue prevalencia al fortalecimiento de las medidas de defensa comercial, promoción de la producción y materias primas domésticas, reducción del costo país, competitividad, desarrollo de infraestructura de transporte y logística, todo enmarcado en políticas de apoyo al emprendimiento privado, innovación, conectividad digital, educación tecnológica y bilingüismo a nivel nacional.
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¿Desindustrialización o recesión industrial?
Según el presidente de la Andi, las razones que explican la desindustrialización tienen que ver con fallas estructurales de la política pública.
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Andrés Espinosa Fenwarth
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