Las grandes inequidades sociales que confronta el país se encuentran en la ruralidad. Allí habitan 14 millones de compatriotas, cifra que equivale a la décima población más grande entre los 33 países de América Latina y el Caribe. Más de cuatro veces la totalidad de la población uruguaya y el doble de la salvadoreña.
Una nación populosa, extensa y dispersa, a la que, sin embargo, no se le ve como tal desde los centros urbanos. En el país de la ruralidad colombiana se encuentran entre otras cosas: la segunda biodiversidad del mundo, un gran potencial de turismo ecológico, maravillosos parques naturales, inmensas fuentes de agua, nuestra seguridad alimentaria y, si se trabaja bien, posiblemente la que necesita una parte muy importante de la región andina.
La otra realidad es que las condiciones de vida de las personas que habitan allí son complejas e inequitativas si se comparan con quienes habitamos los centros urbanos.
Las diferencias son marcadas. Los niveles de cobertura de acueducto y alcantarillado son la mitad de los que se tienen en las zonas urbanas y algo semejante ocurre con la educación media y el suministro de energía. La pobreza extrema es el doble de la cifra nacional.
El 54 por ciento de las personas en edad productiva no tiene trabajo, al igual que el 72 por ciento de los mayores de 45 años. La cobertura pensional de los hombres mayores de 60 años es apenas del 6 por ciento y en las mujeres, prácticamente de cero.
La producción agropecuaria se está quedando en manos de las personas mayores. El 31 por ciento de los niños de 7 a 11 años ha vivido con otro adulto que ha ejercido el rol de padre o madre y solo la mitad de los infantes habitan con sus padres biológicos.
Para el año 2014, cerca del 90 por ciento de la población rural se encontraba cubierta por la seguridad social en salud. Un logro muy significativo que contrasta con la situación que tienen en otros sectores sociales, aunque enfrentan dificultades de acceso oportuno y calidad en los servicios.
Pero con las condiciones expuestas en el párrafo anterior, es imposible hablar de poblaciones sanas en nuestra ruralidad, porque esos compatriotas no tienen las capacidades para autogestionar, personal o colectivamente, los riesgos físicos, sociales y mentales que enfrentan en la vida; y de eso se trata la salud.
Porque la salud va más allá de los hospitales, la bata blanca y el fonendoscopio. De hecho, allí se encuentra la enfermedad.
La salud está en la cotidianidad del individuo. En las condiciones de su vivienda y su saneamiento básico, la forma como se alimenta, la calidad del sueño, en lo que bebe y consume, en su actividad física, en su capacidad de trabajar y generar ingresos; en el aire que respira; en la manera como interactúa dentro de su familia, dentro de la sociedad, y en su destreza para solucionar pacíficamente los conflictos.
Se requiere entonces que los denominados determinantes sociales de la salud se satisfagan mejor en nuestra ruralidad para superar las inequidades que existen entre el campo y la ciudad.
Esto no lo debemos hacer porque se haya firmado un acuerdo en algún país lejano, por importante que esto sea. Lo debemos lograr para saldar una deuda social con las poblaciones que habitan nuestra ruralidad; simplemente por el reconocimiento a que esos compatriotas tienen los mismos derechos que cualquier ciudadano, y cuyo disfrute, para ellos, debería ser por lo menos igual al que millones gozamos ya en los centros urbanos.
Los aspirantes presidenciales no se pronuncian sobre estos temas. Por lo menos, no lo plantean con una perspectiva semejante. Posiblemente los encuestadores tampoco preguntan por esas prioridades. La ruralidad no parece ser una de ellas, y la mayoría de asesores políticos de los candidatos se orientan por el rating de las necesidades que señalan las encuestas.
Pero si de lo que se trata es de superar el estigma de ser calificado como uno de los países más inequitativos del mundo, asegurar la salud rural desde la perspectiva integral de los determinantes sociales debe ser una prioridad mayor de los próximos gobiernos.