El laureado Nobel de Economía, Richard Thaler, sostiene que la teoría económica se equivoca al suponer que las personas actúan racionalmente, y falla al predecir el comportamiento de los mercados; lo cual él atribuye a los sesgos mentales de las personas. Con abundante base empírica, Thaler muestra cómo las personas ignoran los costos reales de las compras y los inversionistas sobrerreaccionan, basados en hechos anteriores, causando graves pérdidas. Sostiene que las decisiones económicas están influidas por racionalidad limitada, por percepción de justicia y falta de autocontrol; y considera que las personas construyen una contabilidad mental que simplifican las decisiones financieras en cuentas separadas que no articulan el conjunto de decisiones.
Por el ‘efecto propiedad’ la gente valora más lo que posee, respecto de lo que va a comprar: al vender una entrada a un evento deportivo, la valorará con un precio superior que si fuera a comprar ese mismo boleto. Y sostiene que muchas personas sucumben a las tentaciones del corto plazo, y no planean ni ahorran. Ese comportamiento inconsistente se explica por información deficiente y débil voluntad frente al ocio. Por ejemplo, olvidar cancelar las suscripciones, comer de modo poco sano y quedarse en el sofá, aunque quisiera comer más saludable y hacer yoga; de modo que no balanceamos las exigencias de hoy frente a los premios del futuro.
En un marco individualista-sicológico propone un paternalismo no intrusivo que preserve la libertad de elección, pero adopte medios persuasivos para que las personas mejoren su comportamiento frente a las pensiones y al uso de las tarjetas de crédito. Es frecuente encontrar economistas discutiendo la ética de quienes pagan por usar un carril preferencial en las vías o por tener una cita médica en menor tiempo, o pagar un sobreprecio por una mejor ubicación en un teatro. Sorprende que, mientras los bancos han abusado en el manejo del crédito, dejando sin vivienda a millones de personas, esos economistas dediquen sus esfuerzos al debate de cuestiones ciertas, pero menos relevantes. ¡Tampoco se ocupan de analizar cómo los grupos de poder inciden en la formulación de leyes a través del cabildeo o la corrupción!
Estaba en Washington cuando Reagan invadió Granada y cuando George W. Bush invadió Irak, acción no aprobada por la ONU. Salvo voces aisladas, como Krugman, nadie en los medios ni en la academia cuestionó esas decisiones hegemónicas, cuyos nefastos resultados vemos hoy. Tiene razón el nobel Thaler al sostener que las decisiones de los individuos no siempre son racionales, pero tampoco es racional que una economía utilice en mayor medida el petróleo, reabra minas de carbón y reactive un oleoducto contaminante, sin que encuentre en los académicos un dique racional que impida la imposición de intereses privados sobre el interés colectivo.