Como ya va siendo costumbre todos los años, se crean grandes expectativas sobre las cumbres de cambio climático porque, cada una, al no resolver en forma definitiva los asuntos claves que aborda, se limita a hacer consensos y acuerdos de buenas intenciones y propósitos, señalando que todo se concretará en la siguiente.
Aparte de estas expectativas que se encadenan año a año, a mi modo de ver la última cumbre realizada a finales del año pasado en Durban, Suráfrica, conllevaba cierto apremio especial por dos realidades que agudizan las preocupaciones sobre el cambio climático.
La primera es la conciencia creciente sobre la necesidad de ampliar la cobertura del Protocolo de Kioto para incluir en los compromisos de reducción de emisiones de gases efecto invernadero (GEI), no sólo a los países desarrollados, sino a todas las naciones, en particular a las llamadas economías emergentes caracterizadas por su gran tamaño y rápido desarrollo como China, India y Brasil, responsables de altos niveles de dichas emisiones.
La segunda realidad es el golpe de gracia que el catastrófico accidente sufrido en la central nuclear de Fukushima, en Japón, parece estar provocando sobre el desarrollo de la energía nuclear, como fuente alternativa para suplir buena parte de las necesidades del mundo.
En efecto, no sólo se está pensando en desmontar plantas nucleares ya existentes, sino también en cancelar proyectos muy ambiciosos en marcha.
La energía nuclear, al no generar emisiones de GEI, se presentaba como una de las opciones más interesantes para cumplir los objetivos y compromisos del Protocolo de Kioto.
El desaliento provocado por los enormes riesgos de la generación de energía nuclear, puestos en evidencia por dicho evento, significa una mayor presión sobre la utilización de combustibles fósiles con las consecuentes mayores emisiones de GEI.
Ante estos grandes desafíos, los resultados de la Cumbre de Durban son bastante lánguidos. Si bien se logró prorrogar el Protocolo de Kioto por unos años más, su cobertura se restringió por la deserción de naciones tan importantes como Canadá, Japón y Rusia. Lo que parece un gran logro, aunque igual sigue siendo una expectativa, es el propósito de buscar un acuerdo global hacia el año 2015, que incluya a los países del mundo, ricos y pobres, en lo que concordaron naciones tradicionalmente renuentes a suscribir este tipo de compromisos, como China, India y Estados Unidos.
Otra gran esperanza era la definición del mecanismo operativo del llamado Fondo Verde, para apoyar iniciativas tan importantes como el instrumento denominado REDD, cuyo objetivo es la reducción de emisiones de GEI por deforestación y degradación de bosques naturales evitadas en países en desarrollo.
Este instrumento es de gran impacto potencial para la mitigación del cambio climático, pues la deforestación de los bosques naturales contribuye con el 20 por ciento de las emisiones de GEI a la atmósfera. La demora en la concreción de las ayudas financieras para este fin es otro de los sinsabores de esta cumbre.
Camilo Aldana Vargas
Consultor privado
caldana3@yahoo.com