Comenzamos campañas presidenciales y lentamente se ven surgir alianzas, coaliciones y consultas internas en los partidos para definir quienes serán los llamados a ir a la contienda electoral, porque no hay un candidato claro, ni que defienda la obra del gobierno saliente, ni uno que pueda atacarlo claramente.
Fácilmente, se puede hablar de Vargas Lleras como un aspirante fuerte porque tiene historia, reconocimiento, y mientras fue Vicepresidente logro equilibrar su hoja de vida, que era más parlamentaria que ejecutiva.
Santos fue tres veces ministro y columnista antes de ser elegido; Uribe fue alcalde, gobernador y senador; Pastrana fue presentador de noticias, alcalde de Bogotá –estuvo secuestrado–, senador y candidato presidencial, vencido antes de ser presidente; Samper fue diputado, concejal, senador –sufrió un atentado–, director gremial, ministro, embajador; Gaviria fue representante a la Cámara, viceministro y dos veces ministro antes de ser presidente. Esto deja la vara muy en alto para que alguien se pueda presentar entre los que suenan.
Pocos de los que están proclamándose como precandidatos tienen una historia que los ponga en el mapa de ser aspirantes presidenciales, o la experiencia para poder desempeñar lo mejor posible el cargo. Muchos han sido congresistas, muy pocos alcaldes o gobernadores, casi ninguno ministro o embajador, y por ahí suena un procurador.
Si bien están los enormes galones de Humberto de la Calle, que ha sido registrador, magistrado, dos veces ministro, constituyente, vicepresidente y negociador de paz, solo fue elegido para la Constituyente. Por trayectoria quedan tres claros candidatos: Vargas Lleras, Fajardo y De La Calle, donde el último tiene ese traje político de Serpa o de Gómez Hurtado, que eran políticos hechos paso a paso, pero nunca fueron buenos candidatos, o bien porque eran muy ingenuos, o porque el país no los quería.
Esto no significa que tengan más ventaja o no, porque la máquina del uribismo pudo poner a Santos de presidente, sin haber sido nunca candidato. Pero sí deja esa sensación, que grandes candidatos, que fácilmente se podrían tildar de capaces y de ser los mejores por sus obras, nunca tuvieron una buena oportunidad: los ya mencionados Serpa y De la Calle, a los que se suman grandes servidores públicos como Juan Camilo Restrepo, Rafael Pardo, Antanas Mockus, Noemí Sanín, y muchos otros, que contaban con la trayectoria y las capacidades para gobernar el país, pero también tenían un pecado en común: eran vistos como buenos, nobles, sabios, capaces, suaves y moderados.
Parece que una buena parte de los votantes colombianos busca a alguien firme, que los lidere, y por eso hemos visto cómo muchos buenos políticos terminan siendo pésimos candidatos, al ser aplastados por personajes duros de la política, que pueden mirar a los ojos al elector y decirle: “cuando llegue el día, yo seré capaz de dar la orden”.
Bajo esta lupa, las alianzas que se cocinan hoy, tienen muchos personajes ‘buenos’ en sus barajas, que deben ser capaces de decirle al electorado: “soy capaz, no solo soy bueno”. Fajardo, López y Duque fácilmente quedan en esta lista, en la cual pocos dudan de sus capacidades, pero muchos se preguntan si tendrán los pantalones que se requieren para liderar un país tan complejo.
El mejor candidato, pierde
Pocos de los que están proclamándose como precandidatos tienen una historia que los ponga en el mapa de ser aspirantes presidenciales.
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