El volcán durmiente del descontento popular ha hecho erupción en Colombia, como parte, aseguran, de la reverberación que un cinturón de fuego extiende por el mundo. Aquí se ha caldeado desde hace años, décadas, el brote de su magma de inconformidad.
Entusiastas corrientes de lava humana han bajado por calles y plazas en forma de marchas pacíficas. Y ese, que sería el evento para recordar y celebrar, se ha visto velado por la fumarola de las explosiones destructivas, en las que hierven la ira y la venganza. Y en las que, sin importar el bando al que pertenezcan, solo quedan compatriotas, hermanas, colombianos muertos y heridos. O despojados, en todo caso, resentidos.
El estallido arrasador y vesubiano se ha concentrado en Bogotá. ¡Bingo! Es el objetivo nunca alcanzado, imposible, de los guerrilleros que hoy penan y defienden su paz y su desmovilización o han vuelto a tomar fierros y granadas de violencia para acometer consignas anacrónicas o defender el pingüe negocio de la droga.
Desquiciar a Bogotá es el premio gordo. Colapsarla económicamente. Aquí despacha el Gobierno Nacional y puede morar, mal contada, la cuarta parte del país, abigarrada por el caudal de desplazados y el torrente de inmigrantes venezolanos. Eso no pasa por casualidad. El palmarés de este Distrito Capital y de sus ciudades satélite es ser el principal mercado de Colombia y de la región andina, el destino prioritario del 70 por ciento de la inversión extranjera directa que llega al país. Tiene el mayor PIB de Colombia y el que más le aporta al global nacional. Y es la sede empresarial por excelencia de la formalidad exhausta y de la informalidad desbocada.
Desestabilizar a Bogotá es herir de muerte al país. Crear el caos en este abigarrado eje de Colombia hace parte del plan. Busca una remoción “popular” de Iván Duque Márquez como jefe de Estado, al que no se pudo apabullar en las urnas. E impone una refundación nacional que acabe con los soportes, buenos y malos, que han sostenido al país. Una utopía carnicera e incendiaria de comprobado, costoso y sangriento fracaso internacional.
Los planes del Señor del Caos están corriendo. Como los trazó la misma noche del 17 de junio de 2018. Cumpliéndose en sus tiempos y en sus características. Tal como los enunció, entripados en su sonrisa cínica. Y en los términos que los ha azuzado minuto a minuto, en estos días de zozobra interminable.
Se han acometido dos pasos del plan. Primero, destruir TransMilenio, el sistema troncal de la ciudad, por donde se movilizan sus masas. Eso se cumplió con saña el jueves 21. Al alborear el viernes, miles de ciudadanos que no tienen otra forma de transporte en esta pequeña ciudad de grandes distancias no iban a aguantar esa inmovilización. Y ahí retornaron los vándalos. Para arrasar y llevar a millones de ciudadanos a la noche de espanto más ardua de los tiempos recientes. Cumplida la segunda fase: del miedo al pánico.
Por el cráter de este volcán social están saliendo las lacras de muchos años. De no hacer, todos, un acuerdo para apagarlo, sus cenizas sumirán nuestra bonita patria en una larga y espantosa oscuridad.
Carlos Gustavo Álvarez
cgalvarezg@gmail.com