Los colombianos que nos hemos dividido secularmente entre centralistas y federalistas y liberales y conservadores, ahora estamos partidos entre el ‘Sí’ y el ‘No’, lo que no es necesariamente entre amigos y enemigos de la paz, como se ha presentado.
El ‘No’ va saliendo lastimado de esa refriega, que ojalá no sea fratricida, pero que, en todo caso, va a tornar más espuria la democrática opción de la negativa. Y es que, definitivamente, este es el país del ‘Sí’. Por ello quiero intentar una divagación cultural sobre el sentido de esas dos palabras, que, además, resultan particulares en Colombia, donde pensamos una cosa, decimos otra, sentimos alguna más y hacemos una muy diferente.
Aquí decimos prácticamente ‘Sí’ a todo. Hay una razón fundamental para creer que es una manera de que el ángel de la afirmación venza definitivamente al demonio de la negación: no nos gusta meternos en problemas. Y eso pasa porque como no tenemos una cultura de resolución de conflictos, nos empeñamos en quedar bien con todo el mundo.
Por eso vamos por la vida diciendo ‘sí, almorcemos’, ‘sí, yo te llamo’, ‘sí, cuenta conmigo’, aunque jamás procedemos al almuerzo, no llamamos y cuando nos llaman, no contestamos, y a quien ha creído en nuestra palabra, tal vez en una situación de agobio, lo dejamos varado como corcho en remolino.
La muestra más diciente de esa frugalidad del ‘Sí’ puede encontrarse en las promesas políticas. Tiene que ver mucho con nuestra afición a la mentira, la doble moral y con evadir el procedimiento de poner la cara, y decir qué ‘Sí’ y qué ‘No’ podemos hacer, y llevar hasta el final el cumplimiento de la palabra en la que nos comprometemos.
Pero, claro, además de la idiosincrasia, hay toda una corriente que asienta en el ‘Sí’ la imagen de los humanos positivos, como debemos ser todos para triunfar en la vida. Corriente tendenciosa que, afortunadamente, está cambiando, gracias a un postulado que valora el ‘No’ como una afirmación del carácter, derecho fundamental de mujeres y hombres para elegir sin temor lo que quieren hacer en y con su vida.
Este año se cumplen cuatro décadas del libro No diga sí cuando quiera decir no. Tenía una promesa que no cuadraba bien en el imperio del ‘Sí’ totalitario: “aprenda a comunicarse de forma asertiva”. Quebraba el mito. ¿Entonces, decir ‘No’ podía tener otro significado y un profundo compromiso moral?
‘De entrada, diga No’, suministra herramientas y puntos de vista para afrontar las negociaciones. Aguilar acaba de publicar El poder del No, un interesante texto de James Altucher: “ana pequeña palabra que te dará salud, abundancia y felicidad”.
Así que el ‘No’, no es como lo pintan. ‘Aprendan a decir que No’, aconseja a sus hijos el periodista Jorge Ramos, en su libro El regalo del tiempo. Escribe: “la palabra ‘No’ es la más fuerte de todo el diccionario. Y hay veces en que decir ‘No’ es la decisión más difícil y la más valerosa… Es muy duro decirlo. Pero al final de cuentas, es mejor decir ‘No’ a tiempo, que cargar el resentimiento de un sí por años o décadas”.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista
cgalvarezg@gmail.com
columnista
‘Sí’ y ‘No’ a la colombiana
Los que nos hemos dividido secularmente entre centralistas y federalistas y liberales y conservadores, ahora estamos partidos entre el ‘Sí’ y el ‘No’.
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Carlos Gustavo Álvarez
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