Un apretón de manos, otra marca histórica. Así se podría resumir lo sucedido este lunes en Wall Street cuando los índices accionarios alcanzaron nuevos máximos, por cuenta de la tregua firmada por Donald Trump y Xi Jinping el pasado fin de semana, durante la cumbre de mandatarios de los países que componen el Grupo de los Veinte, la cual tuvo lugar en Osaka, Japón.
Tal como están las cosas, los delegados de Washington y Pekín volverán a sentarse en la mesa de negociaciones con el propósito de estudiar fórmulas que permitan que la nación asiática adquiera más bienes norteamericanos y llegar a un intercambio más equilibrado. Debido a ello, quedó en el congelador la imposición de aranceles a cerca de 300.000 millones de dólares en exportaciones chinas, al igual que la prohibición de que se le suministren ciertos componentes y programas a Huawei, la multinacional de las telecomunicaciones.
Alejar la nube más oscura de todas, la misma que se cierne sobre la economía global, impulsó el ánimo de los inversionistas. En el mejor de los casos, la química que existe entre los dos presidentes llevará a que al final de cuentas surja el humo blanco y todo regrese a la normalidad. De hecho, los títulos de algunas empresas que fabrican componentes de alta tecnología resultaron ser los más dinámicos en la víspera.
No obstante, los analistas que piensan con la cabeza fría hicieron advertencias que no deberían ser ignoradas. Más allá de las buenas relaciones personales entre Trump y Xi, los paréntesis del pasado no han conducido a soluciones y esta vez puede ocurrir algo similar. Cuando los delegados de ambos países se sientan alrededor de la mesa, surgen discrepancias que son profundas y están atadas a las diferencias obvias entre el modelo capitalista y el comunista.
Por otra parte, vale la pena tener en cuenta las circunstancias políticas. El actual inquilino de la Casa Blanca ya lanzó su campaña en pro de la reelección y lo que menos desea es presentarse ante los votantes como alguien blando, frente al mismo enemigo del cual ha hablado tan mal.
Pekín, a su vez, enfrenta un lío mayúsculo en Hong Kong, en donde este lunes se registraron fuertes choques entre la policía y centenares de manifestantes que abogan por una mayor autonomía. La toma a la fuerza del que opera, de hecho, como el parlamento local es un desafío que no será ignorado por la capital.
Para los observadores, la única salida realista es que los dos gigantes tengan logros para mostrar. Los chinos aspiran a que los aranceles que ya afectan a cerca de 250.000 millones de dólares en bienes que adquiere el Tío Sam sean eliminados, mientras que los estadounidenses requieren aumentar sus ventas. Desde el punto de vista del sentido común, no es descabellado un entendimiento.
Lo peor, en cambio, es que surjan las posiciones irreconciliables, sobre todo si se tocan fibras nacionalistas. Cada bando sabe que hay afectaciones, pero a la luz de lo ocurrido en los meses pasados, también tiene claro que puede sobrevivir y acomodarse.
En lo que atañe a Estados Unidos, los consumidores se han visto obligados a pagar más por ciertos productos, lo cual no evita que el desempleo se mantenga abajo, al igual que la inflación. Del otro lado del Pacífico, China crece a un ritmo más lento, si bien todavía se expande a tasas cercanas al seis por ciento anual, que son la envidia de la mayoría del planeta.
Así las cosas, hay que prepararse para ambos escenarios. En el optimista, habrá una solución aceptable. En el pesimista, otro rompimiento es factible, algo que traería una nueva ronda de volatilidad para las bolsas internacionales y los precios de los bienes primarios. Dejando a un lado la euforia observada ayer en los mercados, esta es una posibilidad real.
Ricardo Ávila Pinto
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