No fue bueno el balance para el comercio exterior colombiano en el primer trimestre del 2015. Tal como lo informó el Dane ayer, el país registró un déficit comercial que ascendió a 4.047 millones de dólares entre enero y marzo. De seguir las cosas por la misma senda, en pocos meses se habrá superado el récord histórico del año pasado, cuando el saldo en rojo llegó a 6.293 millones de dólares.
Semejante desfase entre exportaciones e importaciones tiene inquietos a los analistas. El motivo es que las cuentas externas del país, que ya venían desequilibradas, muestran una clara tendencia al empeoramiento. Y aunque no existen señales en el sentido de que la confianza que tienen los inversionistas o los bancos extranjeros en el país haya desmejorado, la historia está llena de ejemplos en los cuales la percepción puede cambiar de un día a otro.
El problema en este caso es la velocidad del deterioro en el intercambio de bienes. La brecha comercial actual es casi siete veces más grande que la observada en el mismo lapso del 2014. El motivo no es otro que las ventas han caído a un ritmo del 30 por ciento, mientras que las compras apenas lo han hecho al 4 por ciento.
Es válido argumentar que hay cierto ajuste en marcha. Según el Ministerio de Comercio Exterior, las importaciones en marzo comenzaron a sentir el efecto de la devaluación, pues el precio más elevado del dólar desestimula la adquisición de bienes afuera, si estos son producidos localmente. Por otro lado, el renglón de combustibles ha disminuido, como consecuencia de la caída en los precios de los hidrocarburos, que es necesario traer de otras latitudes para atender la demanda interna.
No obstante, se necesita que el apretón sea más fuerte. Un déficit comercial más elevado haría todavía más grande el agujero que ya existe en la balanza de pagos, el cual se encuentra en niveles que superan el equivalente del 5 por ciento del Producto Interno Bruto de Colombia. Sin entrar en honduras técnicas, este es el límite a partir del cual comienzan a verse ceños fruncidos.
Al respecto, un documento reciente escrito por técnicos del Fondo Monetario Internacional señala que no hay un punto establecido a partir del cual deban sonar las alarmas. Para citar un par de casos concretos, Australia y Nueva Zelanda mantuvieron déficits elevados durante décadas, sin que eso despertara grandes inquietudes. En cambio, México o Tailandia se metieron en problemas serios a finales del siglo pasado, cuando los capitales foráneos consideraron que el riesgo era demasiado alto para quedarse.
Que ya no nos miran con los ojos benévolos de antes, es algo que quedó en claro con la reciente decisión del banco JP Morgan de disminuir la ponderación de los títulos de deuda colombiana, en los índices que utilizan diversos inversionistas institucionales para poner su dinero. El efecto práctico de la determinación es que van a salir del país casi 2 billones de pesos que hoy se encuentran en TES cuyo vencimiento está cercano, aunque una porción mucho más grande está a plazos más largos.
Preocupaciones como esa tienen que ver con el repunte reciente que ha tenido el valor de la divisa estadounidense, otra vez en cercanías a los 2.500 pesos. Tras la frustrada venta de Isagen, que eliminó de un tajo la posibilidad de que llegaran al país varios miles de millones de dólares, los expertos se preguntan de dónde van a salir los recursos para financiar el faltante de la balanza de pagos.
Si esa respuesta no se encuentra con relativa rapidez, lo más seguro es que el billete verde continuará por la senda ascendente, lo cual eventualmente contribuiría a que la brecha comercial empiece a cerrarse. Aun así, el factor más importante es la confianza, tanto en los ámbitos locales como internacionales. Y lo importante es que esta no cambie, porque de lo contrario las alertas empezarán a sonar con fuerza.
Ricardo Ávila Pinto
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