Es usual que por esta época las miradas de los especialistas en asuntos económicos se dirijan no solo a evaluar el cierre posible del año que termina, sino las perspectivas del próximo. Las proyecciones de los principales agregados le sirven a la comunidad empresarial para construir sus presupuestos, fijar metas de ventas y definir estrategias que pueden ir desde las defensivas hasta las agresivas, en lo que atañe a un mercado específico.
Que la bola de cristal no siempre atina, es una de las lecciones del 2017. Hace 12 meses las expectativas apuntaban a una mejoría en el ritmo de crecimiento, pues se pensaba que varias de las incertidumbres de ese momento empezarían a despejarse.
La realidad, sin embargo, acabó siendo muy distinta. La confianza del consumidor se desplomó en enero y de ahí en adelante el clima se oscureció. Como consecuencia, la expansión del Producto Interno Bruto apenas superó el 1 por ciento anual en el primer semestre, apuntalando el pesimismo de los colombianos. Incluso si en las mediciones más recientes se ven algunas mejorías, estas no alcanzan a compensar el que fue un pésimo arranque.
A la luz de esa experiencia reciente, vale la pena tomar con un grano de sal los pronósticos de los expertos. No obstante, aun a sabiendas de que nadie puede predecir con plena certeza el futuro, tampoco se pueden desechar las señales que quienes trabajan en instituciones privadas, públicas o multilaterales, ven en el horizonte.
De tal manera, hay una especie de consenso que se resume en mejores perspectivas de crecimiento en el 2018, el cual estaría entre 2,4 y 2,8 por ciento, según diferentes entidades. Esa tasa no es estelar, pero implica una mejoría significativa frente a la del año que termina, la cual sería del 1,6 por ciento de acuerdo con el Banco de la República.
Los motivos de que el panorama se vea un poco más despejado, son varios. En materia inflacionaria, todo apunta a que el aumento en el Índice de Precios al Consumidor se acerque al 3 por ciento anual, con lo cual habría espacio para que los intereses bajen más. Un menor costo del dinero sirve para darle una mano a la demanda interna, pues hace más propicio el clima para el consumo y la inversión.
Por otra parte, el frente externo es más favorable, ya que la economía mundial debería andar un poco más rápido. No menos importante es que el precio del petróleo mantendría su tendencia al alza, como lo demostró el hecho de que la variedad Brent superó la marca simbólica de los 60 dólares por barril el viernes pasado. La mayor afluencia de divisas por exportaciones compensaría las presiones nacidas de un fortalecimiento del dólar, que afectaría la tasa de cambio.
De vuelta al territorio nacional, la expectativa es que los sectores que van mal se recuperen, mientras que otros alcanzarían a conservar su ritmo. Fedesarrollo, por ejemplo, sostiene que la agricultura volvería a ser la actividad líder, con una expansión del 3,6 por ciento, seguida por la construcción, con 3,2. El principal supuesto en este último caso es que la locomotora de la infraestructura, afectada por el escándalo de Odebrecht, lograría avanzar más rápido.
Por su parte, los establecimientos financieros crecerían 3 por ciento, al tiempo que el comercio y la industria saldrían del estancamiento de estos meses. La minería seguiría en rojo, pero menos que en el ejercicio actual.
Sin embargo, más allá de los números, el mensaje de los especialistas es que el viento comienza a soplar a favor, así sea débil todavía. Para llegar al 3,5 por ciento anual que el Emisor identifica como la tasa potencial, se requiere una combinación de factores que pasa por el fin de la incertidumbre política, que actúa como un lastre. Habrá que cruzar los dedos, entonces, para que esta vez los expertos no se equivoquen.
Ricardo Ávila Pinto
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@ravilapinto