Los amigos de los presagios no dejaron de señalar el clima que imperó durante los actos de toma de posesión de Iván Duque como nuevo presidente de la República. De un cielo gris, se pasó a un tiempo tormentoso en el cual el viento frío y la lluvia fueron la constante de la ceremonia escenificada en plena Plaza de Bolívar. Si lo usual es que las tardes de agosto sean soleadas, en la presente ocasión ese no fue el caso.
Sin embargo, más allá de esa circunstancia, los analistas se fijaron en las palabras del mandatario. Aparte del contraste con el tono camorrero y vengativo del presidente del Senado hacia lo relacionado con la administración Santos, la larga intervención sirvió para poner de presente el talante del nuevo inquilino de la Casa de Nariño. Este confirmó que es una persona moderada que no está interesada en pasar cuentas de cobro, sino en mirar hacia adelante “con el espíritu de construir, nunca destruir”.
De manera tanto explícita como implícita, el mensaje se centró en buscar motivos de unidad. La construcción de pactos nacionales en diferentes áreas se plantea desde el comienzo como uno de los propósitos del Ejecutivo, algo que requerirá de trabajo y capacidad de convencimiento, en una sociedad tan fracturada como la colombiana. Aun así, es posible pensar que el ánimo de lograr acuerdos fundamentales en torno a la legalidad que engloba asuntos que van desde la lucha contra la corrupción hasta la seguridad ciudadana, es factible.
Desde el punto de vista de la economía, lo más destacable es la idea de firmar un pacto por el emprendimiento, que consiste en un espaldarazo a la iniciativa privada como fuente del progreso. Aquí hay un componente ideológico que no dejará de levantar críticas en aquellos sectores que muestran actitudes ambivalentes sobre el rol de particulares y sector público en diversas actividades.
Ayer quedó claro que el primer plato de ese menú es la reforma tributaria que debería ser radicada pronto. Habrá que ver el articulado para entender qué quiere decir eso de preservar la responsabilidad fiscal, mientras se bajan los impuestos a las personas naturales y se mejoran los ingresos de los trabajadores.
El objetivo de combatir la evasión con base en el uso de la tecnología es encomiable, al igual que el de eliminar gastos estatales innecesarios o reducir los trámites. Falta la expresión práctica de esos propósitos, sobre todo en un país en el cual hay una gran distancia entre la teoría y la práctica.
En cuanto a los motores de un crecimiento que debería ser más elevado que el actual, es claro que la llamada ‘economía naranja’ cumplirá un rol y que las apuestas se concentrarán en áreas como turismo, servicios, agroindustria o tecnología. Es importante la implicación de que los paradigmas han cambiado y más cuando soplan los vientos de la cuarta revolución industrial.
El llamado a la equidad merece ser destacado, dadas las brechas en distribución del ingreso y desarrollo regional. Acortar las distancias no será fácil, pero lo que vale la pena subrayar es la insatisfacción con el statu quo y el ánimo de equilibrar mejor tanto cargas como oportunidades.
Otros planteamientos hechos ayer sugieren que Duque tiene ante sí una amplia agenda progresista y ambiciosa. Sobre el papel, el cuatrienio es un lapso corto para conseguir que una parte de esas metas se convierta en realidad, pero hay que alabar el ánimo de creer que es posible avanzar y trabajar para lograrlo.
Dicho lo anterior, a partir de mañana comienzan a concretarse los desafíos prácticos. Estos van desde el apoyo del Centro Democrático que se ubica a la derecha del Presidente, hasta la forma de responder a los ataques de la oposición, mientras se concretan las reformas propuestas. En el entretanto, todo apunta a que el clima será como el de ayer: tormentoso.