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Ricardo Ávila
Editorial

Por ahí es la cosa

Los resultados que muestra el programa ‘De Cero a Siempre’ son positivos y confirman que Colombia tiene cómo cerrar más de una brecha clave.

Ricardo Ávila
Exdirector de Portafolio
POR:
Ricardo Ávila

Cuando se habla de programas gubernamentales orientados a mejorar la situación de un segmento específico de la población, lo más fácil es responder con escepticismo. A fin de cuentas, la creencia popular es que las cosas siguen y seguirán igual en Colombia, así a veces se reconozca la buena voluntad de ciertos funcionarios.

Por ese motivo, es importante destacar los avances. Eso es precisamente lo que hace un trabajo escrito por Raquel Bernal y Sara María Ramírez, vinculadas a la Universidad de los Andes. El documento –aceptado para ser publicado en una prestigiosa revista académica– analiza los efectos del programa ‘De cero a siempre’, después de su entrada en vigor en el 2011.

La iniciativa en cuestión se orienta al desarrollo de los niños en su etapa más temprana. Los hallazgos de especialistas como el Premio Nobel de Economía del 2000, James Heckman, mostraron que las capacidades cognitivas de una persona dependen, en buena parte, del progreso que haya tenido en sus primeros años.

Uno de los datos que más impactan es el del lenguaje. Un niño colombiano de cinco años, nacido en un hogar de un estrato socioeconómico alto, que asiste a un jardín y recibe la atención de sus padres y otras personas, le lleva casi año y medio de vocabulario a uno que no cuenta con esas ventajas. Semejante brecha se hace notoria cuando empieza el ciclo de educación tradicional, algo que se traduce en el tiempo en que uno y otro aprenden a leer, escribir e incorporar conocimientos.

Por tal razón, la igualdad de oportunidades comienza cambiando el punto de partida para los más pobres. Lo tradicional en el país había sido ofrecer servicios de cuidado de los infantes, como los que prestan las madres comunitarias adscritas al ICBF. En contraste, la iniciativa señalada propuso una atención integral que comprende cuidado, salud y nutrición, educación temprana, recreación y protección de derechos. Esta incluyó crear centros que albergan un promedio de 300 niños, con la presencia de profesionales de distintas especialidades.

Aunque intentos similares se habían hecho en otras latitudes, el modelo colombiano fue ambicioso. En su primera parte, el programa vinculó a 780.000 menores y hoy beneficia a 1,3 millones, con la meta de llegar a 1,5 millones al final del cuatrienio. Contar con un volumen tan grande de inscritos permitió hacer comparaciones entre poblaciones distintas y obtener conclusiones valiosas.

De tal manera, Bernal y Ramírez se centraron en tres puntos: vocabulario receptivo; estado nutricional referido a peso y talla, y desarrollo socioemocional. Los resultados mostraron, respecto al primer punto, que la reducción de la brecha fue del 35 por ciento. Ese avance se mantuvo cinco años después, aunque con menor intensidad.

En lo que atañe a nutrición, resultó curioso que los progresos se dieron para los niños y no las niñas, algo que requiere una mirada profunda. Para el tercer elemento, las investigadoras no encontraron un impacto significativo.

Aun así, el balance es un saldo muy positivo. La estrategia ‘De Cero a Siempre’ cumple con su cometido, por lo cual es clave apoyar el esfuerzo de expandirla, a pesar de la estrechez de las cuentas públicas.

Lo anterior no evita que se puedan hacer ajustes, sobre todo a la hora de garantizar la calidad de los servicios. No menos importante es conseguir que el alto Gobierno siga comprometido con el programa, algo que exige el liderazgo desde la propia Casa de Nariño.

La reciente aprobación de la Ley de Primera Infancia hace que esta política deje de ser gubernamental y sea considerada de Estado. En tal sentido, hay que seguir trabajando para articular y fortalecer todos los eslabones de la cadena. Solo así se cosecharán los frutos de una iniciativa que permite soñar en una Colombia mejor.

Ricardo Ávila Pinto 
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto

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