Que la cuarta revolución industrial es una realidad, no tiene discusión. El cambio afecta múltiples facetas de la economía, los negocios o la vida diaria. Los nuevos paradigmas en energía, materiales, biología, automatización, telecomunicaciones y plataformas transaccionales amenazan con crear una brecha irreversible entre países cuya economía se basa en la tecnología, y los que la basan en bienes básicos y productos no transables.
En las naciones educadas y con tradiciones fuertes de colaboración entre la investigación y la industria, desaparecen empleos que no requieren habilidades, pero se crean puestos de trabajo sofisticados en bienes o servicios con salida en el mercado global. A raíz de esas certezas, en buena hora, el gobierno decidió transformar a Colciencias en un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
El diagnóstico actual no es bueno. Las empresas colombianas invierten tímidamente en adopción tecnológica y en optimizar sus productos y servicios. Las universidades cuentan con más de 10.000 doctores que están atrapados en un sistema de incentivos en el que, como decía elocuentemente el nuevo Rector de la Universidad de los Andes en su discurso de posesión, no hay tiempo para leer porque hay que escribir artículos que nadie lee.
Colombia tiene una composición sectorial muy frágil. Si nada cambia, si en unas décadas nadie compra nuestro carbón y si el consumo mundial de petróleo se reduce en un tercio, estaremos en grandes dificultades. Los empleos que se pierdan, podrían no tener reemplazo.
La organización eficaz del nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación es crucial para que, en el corto plazo, el país transite hacia una economía basada en conocimiento. Los expertos en política pública relacionada con este asunto presentan cinco grandes recomendaciones organizacionales.
Primero, el Ministerio debe hacer claro que su gestión tiene como objetivo último el aumento de la productividad y que el Estado es un jugador importante al tomar riesgos en el apoyo a la ciencia básica. Segundo, la organización interna de la entidad, antes que partirse en áreas temáticas, debe corresponder a las funciones estratégicas de ciencia básica, cooperación público-privada para desarrollar investigación aplicada de amplio impacto, transferencia de tecnología y apoyo al emprendimiento.
Tercero, las áreas de trabajo deben armonizar el largo plazo con la solución de problemas cruciales, en diálogo con las empresas y las administraciones públicas, y evitando el gasto disperso actual. Cuarto, la colaboración entre industria y academia puede realizarse con provecho en institutos o centros independientes y con habilidades comerciales. Quinto, hay que conseguir y empaquetar fondos de inversionistas con perfiles diferenciados en riesgo y objetivos.
En su entrevista del 8 de agosto en El Tiempo, el Director de Colciencias anunció que el nuevo Ministerio tendrá dos viceministerios temáticos (no funcionales). Por la brevedad de sus respuestas, es una incógnita si las cinco recomendaciones anteriores hacen parte del diseño de la institución.
También es una incógnita cómo se manejará la financiación. El presupuesto de costo cero para crear el organismo impediría cumplir la meta anunciada de llegar a 1,5 por ciento del PIB. Para invertir 16 o 17 billones anuales -cantidades similares al pico de inversiones en concesiones 4G- se requieren altas dosis de ingeniería financiera en el más alto nivel jerárquico.
En transporte, por ejemplo, se organizó una agencia especializada (la ANI) capaz de administrar proyectos grandes, complejos y riesgosos. Es menester que la creación del Ministerio parta de decisiones sustentadas y poderosas, porque hay mucho en juego. Rectificar tiene grandes costos y puede llegar muy tarde.