Quizás fue la temperatura de comienzos del otoño, o el sol radiante que caracteriza al lado argentino de la cordillera de los Andes, pero lo cierto es que el clima entre los asistentes a la asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo, que concluyó ayer en Mendoza, fue el más tranquilo en años. Tanto, que los delegados aprovecharon la ocasión para adentrarse en la cultura del vino que identifica a la llamada capital mundial del Malbec.
El motivo principal de la calma relativa es que la economía latinoamericana comienza a dar señales de vida. Después de la recesión de mediados de la década, el crecimiento se encuentra de vuelta y debería acercarse al 2 por ciento este año, y al 3 por ciento el próximo. No son tasas extraordinarias, pero permiten afirmar que lo peor quedó atrás y que otros dolores de cabeza serán superados.
Hay nubes en el horizonte, sin duda. En el plano político las grandes incógnitas son México y Brasil, que tienen elecciones presidenciales en los próximos meses sin que exista un claro favorito. Con respecto a Colombia, las encuestas dadas a conocer la semana pasada cayeron bien entre los banqueros que no ven bandazos en el país.
Por otro lado, la coyuntura internacional inquieta. Las señales de Estados Unidos apuntan a una guerra comercial que podría dejar más de un damnificado, así la mayoría de las baterías miren hacia China. En todo caso, los expertos reunidos en la reunión del BID se concentraron en afirmar que las cosas están mejor.
Con las urgencias bajo control, la cita sirvió para hablar de lo importante. Y aquí lo destacable es la publicación de un documento de la entidad multilateral, titulado “La hora del crecimiento”. Es de esperar que los ministros de Hacienda hayan tomado nota de un estudio que se concentra en la mediocre dinámica de las economías de la región.
El punto central es que tenemos poco de que sentirnos orgullosos. En 1960, nuestro ingreso por habitante era una quinta parte del de Estados Unidos, y subió apenas al 24 por ciento en el 2017, lo cual quiere decir que ganamos cuatro puntos porcentuales en seis décadas. Mientras tanto, los países de Asia emergente pasaron de 11 a 58 por ciento en igual periodo.
Y lo peor es que las perspectivas no son alentadoras. Aparte de las dificultades conocidas, nuestra población se está envejeciendo, con lo cual se comienza a cerrar la ventana de oportunidad demográfica. Adicionalmente, la participación de las mujeres en la fuerza laboral llegará pronto a su tope. Ambos factores, que sirvieron para impulsar la dinámica productiva en el pasado reciente, incidirán menos ahora.
Por lo tanto, el peligro es quedarse atrapados en un carril de crecimiento bajo, con lo cual tomará varias décadas solucionar los problemas sociales que otras sociedades resolvieron en años. Debido a ello, el Banco aconseja centrarse en promover la inversión y conseguir ganancias en productividad, como fórmulas para avanzar más rápido.
Las recetas prácticas son varias y tienen que ver con aumentar las tasas de ahorro, lo que exige darle una mirada a los sistemas financieros, al igual que desarrollar la infraestructura o impulsar la calidad de la educación. Sin embargo, tal vez el aporte más útil es el que se enfoca en el sector empresarial y su poca capacidad de innovación. Una razón de ello es que las firmas existentes tienden a ser mayoritariamente pequeñas, pues los sistemas tributarios castigan a las más grandes y premian la informalidad.
Así las cosas, hay que tomar decisiones que impulsen el crecimiento, algo que pasa por reglas de juego mejores que las actuales. De lo contrario, seguiremos a media marcha sin que nada cambie mucho, con lo cual no habría realmente motivos para brindar por la región, así muchos hayan levantado la copa en Mendoza.