La semana comenzó otra vez con el pie izquierdo en los mercados internacionales. Aparte de una que otra excepción, la de ayer fue una jornada de saldos en rojo en la gran mayoría de bolsas de valores, desalentadas por una ronda de malas noticias relacionadas con el pobre desempeño de la producción industrial en Europa o el prolongado cierre del gobierno federal en Estados Unidos.
Pero más allá de las circunstancias específicas de cada plaza, en todos los casos la nube principal acabó siendo la misma: China. El reporte de que las exportaciones de la nación comunista experimentaron una contracción del 4,4 por ciento en diciembre le dio vuelo a los temores en torno a una desaceleración global. A fin de cuentas, el gigante asiático ha sido el gran motor de la economía mundial durante más de un cuarto de siglo.
Sin embargo, la máquina está fallando. Que las ventas de automóviles hayan caído por primera vez desde 1991 es una señal de que los consumidores chinos están optando por ser cautos. A pesar de que la transparencia en las cifras no es una impronta de la dirigencia en Pekín, los analistas han logrado recabar evidencias aquí y allá de que el problema es enorme.
Para comenzar, hay que poner en duda la viabilidad de un auge que se apoya en un apalancamiento crediticio. De acuerdo con el Instituto de Finanzas Internacionales, la cartera total de préstamos equivale a tres veces el Producto Interno Bruto de China, un indicador que dispararía las alarmas en cualquier latitud.
Aunque alguien podría decir que esa dinámica no tiene nada de raro para una economía que crece, según los guarismos oficiales, por encima del 6 por ciento anual, el problema es que buena parte del dinero se ha ido en construcciones que permanecen vacías. Una fuente citada ayer por el Financial Times señala que hay 65 millones de apartamentos desocupados en las áreas urbanas.
Sobre el papel, el exceso de oferta acabará siendo absorbido por un mercado de 1.400 millones de personas. El problema es que la población ha comenzado a disminuir en número, a pesar de que ya se eliminó la política de un niño por pareja. Si a lo anterior se le añade que cada vez hay más adultos de la tercera edad, no es claro quién va a ocupar tanta casa vacante.
Por otra parte, los académicos han subrayado que China está obligada a evolucionar de un modelo de desarrollo basado en el comercio exterior a uno apoyado en el consumo interno. Parte del motivo es que la imagen de ejércitos de obreros mal remunerados que, por cuenta de sus bajos costos laborales hacían competitivo cualquier producto, pertenece al pasado. En varias categorías hay exportadores más baratos, desde Vietnam hasta Bangladesh.
Debido a ello, lo lógico es que la demanda local sea la encargada de tomar la posta. El problema es que uno de los rasgos de la cultura oriental es su alta propensión a ahorrar, la cual aumenta cuando el viento de fuerte sopla más duro, como ahora.
Así las cosas, la bola está en la cancha de la dirigencia. Lo que no es claro es qué va a hacer Pekín para poner en marcha una estrategia distinta a la que funciona hace tres décadas.
Mientras la respuesta llega, se puede concluir que la guerra comercial impulsada por Donald Trump complica las cosas, pero no es la culpable de la situación. Puesto de otro término, si mañana se anunciara un acuerdo entre ambas potencias el lío de fondo seguiría vigente.
Ese es el motivo por el cual Colombia requiere mantener los ojos bien abiertos. Junto al peligro de una ofensiva exportadora china que se note en las importaciones legales e ilegales, está el efecto de un tropezón de esa economía sobre los precios de los bienes primarios que compra. Y eso equivaldría a un tsunami con epicentro al otro lado del Pacífico.