Ha transcurrido más de década y media desde aquel convulsionado final del siglo XX cuando el mundo escuchó hablar del “efecto tango”, cuyas repercusiones se sintieron en diferentes latitudes, incluyendo a Colombia. Por ese entonces, Argentina se debatía por defender la convertibilidad del peso, una batalla que acabaría perdiendo en diciembre del 2001 y cuyas heridas todavía siguen en el recuerdo de millones de ciudadanos del país austral que perdieron buena parte de sus ahorros en un tristemente célebre ‘corralito’ bancario.
Ahora las economías emergentes han vuelto a mirar al sur del continente americano, pues las turbulencias están de regreso. Si bien las circunstancias actuales son muy distintas a las relatadas, el hecho es que las monedas de un grupo importante de naciones tuvieron ayer una muy mala jornada como lo atestiguan el peso mexicano y el chileno, al igual que el sol peruano. A lo anterior se suman las dificultades de la lira turca, el rand surafricano, la rupia india o el rublo ruso, pues aquí comienzan a verse síntomas de un contagio que le genera ceños fruncidos a cualquier banquero central.
Y aunque el peso colombiano se movió en contravía de buena parte de sus pares, debido a la ola de alzas del petróleo en los mercados internacionales, sería ilusorio pensar que nuestro caso es distinto. Si el repunte en las cotizaciones de los hidrocarburos resulta ser efímero, aquí también vendrán correcciones para las cuales es mejor estar preparados.
El motivo es que la confianza de los inversionistas en los mercados del tercer mundo empieza a debilitarse. A pesar de que las cifras de actividad económica en los cinco continentes apuntan a un crecimiento un poco más firme, el alza de tasas de interés en Estados Unidos se combina con menores rentabilidades en destinos que antes parecían atractivos. Esos rendimientos más bajos, al mezclarse con riesgos políticos o sociales elevados, llevan a que los capitales prefieran los destinos más seguros, pues en la tierra del Tío Sam los bonos rinden más que antes y a las acciones tampoco les va mal.
Lo sucedido en el caso argentino es elocuente. Aunque el gobierno del presidente Mauricio Macri se ha ganado aplausos por sus esfuerzos en el sentido de corregir los desequilibrios que heredó de su antecesora, sigue sin quebrarle el espinazo a la inflación, que es la segunda más alta de América Latina después de la de Venezuela. Si bien la meta oficial es del 15 por ciento en el 2018, la expectativa de los analistas es que llegue a 24 por ciento, lo cual significa un desfase importante.
Ante esa perspectiva, el peso argentino comenzó a perder terreno desde comienzos del año, llegando a devaluarse en una quinta parte. Consciente de que semejante hecho puede crear un círculo vicioso, muy difícil de contener, el banco central adoptó una medida extrema: en cuestión de siete días elevó la tasa de interés de sus fondos del 27,25 al 40 por ciento anual, además de intervenir en el mercado cambiario.
El objetivo es que ello eleve el atractivo de las inversiones en moneda local, le ponga un tatequieto a la carestía y deje en claro que la determinación es hacer lo que sea necesario para evitar una espiral inflacionaria. Si la estrategia tendrá éxito o no, es algo que solo se sabrá en los meses que vienen. Por ahora, la hemorragia se logró contener, aunque los desequilibrios de otros mercados emergentes empiezan a ser examinados con lupa.
Así las cosas, la luz de alerta sigue encendida. Más allá de que Buenos Aires consiga salir de esta difícil prueba, el desafío ahora es evitar una crisis de confianza generalizada que golpearía a numerosas monedas en Asia, África, Europa del Este y Latinoamérica. Para utilizar la figura, el ritmo de este tango es cada vez más movido y la melodía, apenas comienza.