A comienzo de la presente semana, el ministro de Ambiente, Ricardo Lozano, confirmó lo que pronósticos daban casi como un hecho: el fenómeno climático de ‘El Niño’ ya comenzó a sentirse en Colombia. Meses atrás, el Ideam había advertido que la probabilidad de que la anomalía –causada por el calentamiento de las aguas en una zona del Océano Pacífico– ocurriera en Colombia, a finales de este año e inicios del 2019, era de entre el 85 y el 90 por ciento.
Tan sonoro campanazo de alerta sirvió para que el Gobierno tomara cartas en el asunto y se preparara para intentar minimizar el impacto de una alteración sustancial del régimen de lluvias, sobre todo después de la experiencia del 2015. Y es que ese ‘Niño’ fue uno de los más largos y fuertes en siete décadas. Según las autoridades, 719 municipios de 28 departamentos registraron algún tipo de alteración. En total, se afectaron más de un millón de hectáreas agrícolas y se registraron más de 6.300 incendios forestales.
De acuerdo con los expertos, hay que mantener la guardia arriba, así los modelos indiquen que el que viene debería ser un fenómeno más suave que el previo. La Organización Meteorológica Mundial prevé temperaturas menos extremas, si bien advierte que estas se juntarán con el rampante cambio climático.
A finales de octubre, la administración Duque puso en blanco y negro su plan de acción, en un documento aprobado por el Conpes. De acuerdo con este, hay 55.000 millones de pesos para desarrollar labores a cargo de las entidades del orden nacional y del territorial, pues es clave el trabajo de los alcaldes en asuntos como la protección de las fuentes de agua o la prevención del fuego.
Los desafíos varían según la región. Mientras en la Costa Atlántica hay que cuidar los reservorios para el consumo animal, en el altiplano cundiboyacense la preocupación se cierne en torno a las heladas que golpearán a cultivos clave como papa y flores.
Anticiparse a las alteraciones del clima no es una tarea sencilla. No obstante, las lecciones aprendidas en el pasado más los avances de las herramientas meteorológicas, permiten construir una hoja de ruta más robusta para mitigar sus efectos negativos.
Especialmente clave es el desarrollo de capacidades a nivel local, pues aquí tiene plena vigencia la advertencia de que prevenir es mejor que lamentar. Ahora, lo que viene es una campaña de comunicación que se centre en el ahorro y el monitoreo, así los estertores de la temporada invernal hagan menos evidentes las urgencias futuras.
Entre los segmentos que merecen atención se encuentra el de la generación eléctrica, el cual va a recibir el cambio de temporada desde una posición de fortaleza. Ayer, un reporte de XM informó que el nivel agregado de los embalses de generación se ubicó en 81,7 por ciento a finales de noviembre, que es una cifra saludable, a pesar de que los aportes hídricos cerraron el mes con un promedio del 86 por ciento sobre la media histórica. A menos que ocurran eventos inesperados, la demanda de energía debería ser atendida sin sobresaltos.
Por otra parte, los observadores estarán pendientes de los precios de algunos productos del campo que tienen su origen en cultivos de ciclo corto. Y es que después de que los alimentos se convirtieron en el elemento clave para que la inflación se ubique dentro del rango definido como meta por el Banco de la República, es válida la pregunta sobre el desempeño de la canasta familiar en los meses que vienen.
Mientras la incógnita se resuelve, el punto central es que Colombia está obligada a esperar la llegada de ‘El Niño’ con los ojos abiertos. Solo así podrá responder adecuadamente a los desafíos de un clima más extremo, a menos que desee repetir las amargas experiencias del pasado.