Cuando ayer se supo que la producción de petróleo en Colombia había llegado el mes pasado a 892.530 barriles diarios, no faltaron algunas expresiones de desencanto entre quienes le siguen la pista al sector. La razón es que en enero, la cifra ascendió a 898.965 barriles, por lo cual parecía factible superar el nivel simbólico de 900.000 barriles, alcanzado por última vez en mayo del 2016.
No obstante, más allá de la desilusión, es evidente que el sector ha tomado un nuevo aire tras el bajón de los años previos. A pesar de que no se reportan hallazgos de gran magnitud, no solo se logró evitar el declive, sino tomar un segundo aire que le debería dar una mano importante a la economía nacional.
Las cuentas son muy sencillas. En comparación con febrero del 2018, el incremento en el bombeo es cercano a los 70.000 barriles diarios, lo cual se traduce en unos 45 millones de dólares adicionales para el sector. Detrás de la cifra no solo hay mayores ingresos en las compañías del ramo, sino exportaciones más elevadas y un monto de regalías e impuestos, superior al calculado.
Junto a lo anterior, está el salto en la extracción de gas. La entrada en operación del parque térmico de generación eléctrica, debido a la presencia del fenómeno climático de ‘El Niño’, disparó la demanda por el combustible, con lo cual la producción del primer bimestre está 17 por ciento por encima de la registrada en el mismo lapso del año pasado.
Aunque todavía es muy temprano para sacar conclusiones, la probabilidad de que las actividades extractivas le den una mano al crecimiento económico en el primer trimestre viene al alza. Ello sin incluir el círculo virtuoso de inversiones que también muestran una dinámica interesante.
El principal factor en esa dinámica, son los precios internacionales del crudo. En la víspera, el barril de la calidad Brent –que le sirve de referencia a Colombia– se mantuvo por encima de los 67 dólares, con un avance del 2 por ciento frente a las cotizaciones de un año atrás. Sin que se pueda hablar de una bonanza, el rango observado en las últimas semanas es lo suficientemente atractivo para garantizarle rentabilidades interesantes al segmento.
Aunque es verdad que la volatilidad seguirá siendo la norma en el valor de los hidrocarburos, la expectativa para los próximos meses es de cierta estabilidad. A fin de cuentas, los grandes exportadores mundiales mantienen su determinación de limitar la oferta, lo cual sirve para compensar el auge de Estados Unidos, en donde la fiebre vinculada al boom de las técnicas no convencionales –como el polémico fracking– sigue imparable.
Dicha perspectiva hace que las compañías dedicadas al negocio petrolero se concentren en lo suyo. En lo que atañe a Colombia, no solo ha tenido lugar un renacimiento de la actividad exploratoria, así aún esté lejos del ideal, sino que el esfuerzo para mejorar la eficiencia en las operaciones de los yacimientos existentes continúa. De tal manera, hay avances en la tecnología que permiten el uso de mejores técnicas de recuperación, con lo cual se prolonga la vida útil de pozos que, en teoría, deberían haberse agotado hace rato.
Por otra parte, es importante señalar que las autoridades están enviando las señales correctas, tanto en lo que atañe a las reglas de juego, como en la oferta de nuevas zonas para que sean desarrolladas. A lo anterior se suma la coyuntura regional, que comienza por la debacle de Venezuela. Más importante quizás, al menos en el corto plazo, es la decisión del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México, con dar por terminada la política de apertura que puso en marcha su predecesor.
Así las cosas, hay motivos para mantener el optimismo. Lo más factible es que Colombia nunca sea una potencia petrolera, pero el país no da marcha atrás en esta materia. Y eso no es poca cosa.