Como es usual cada vez que ocurre un accidente, en la emergencia de Hidroituango sucedieron una serie de eventos imprevistos que acabarían determinando la suerte del proyecto de generación de electricidad más grande en la historia de Colombia. En lugar de estarle aportando energía desde finales del año pasado al sistema interconectado nacional, la megaobra todavía no tiene un cronograma definido, así se crea que, con suerte, comenzará a operar en el 2021.
Una lectura al “Informe de estudio de causa raíz física”, elaborado para Empresas Públicas de Medellín por la firma de consultoría internacional Skava y dado a conocer el viernes pasado, ayuda a entender lo sucedido. Aunque no faltará aquel que diga que ya no vale la pena llorar sobre la leche derramada, lo cierto es que el reporte es clave para asignar responsabilidades, aprender lecciones duraderas y acabar con las teorías de conspiración que pulularon desde un primer momento.
A este respecto, vale la pena hacer un recuento. Las obras comenzaron en el 2009, inicialmente a paso lento, bajo el comando del Instituto de Desarrollo de Antioquia. Una vez EPM asumió la responsabilidad en el 2011, el ritmo aumentó de manera significativa, a sabiendas de que el elemento clave era la construcción de la presa que elevaría el nivel del río Cauca.
Para edificar el dique, la condición era cambiar el curso del afluente, por lo cual se hicieron dos túneles que quedaron listos a comienzos del 2014. Aunque el plan era que en la boca de cada uno se ubicaran compuertas metálicas para regular el flujo del agua, razones técnicas como la topografía de la zona y la caída de rocas de la montaña hicieron que se desechara esa opción. En cambio, se determinó perforar una tercera cavidad llamada la galería auxiliar de desviación (GAD), con la misma geometría y dimensiones de los primeros, que empezó a operar en septiembre del 2017.
A comienzos del año pasado, y con el proyecto en el 90 por ciento de avance, se taponó un primer túnel, a lo cual le siguió el segundo en marzo. La idea era que el líquido saliera por la GAD hasta junio, cuando se aceleraría el llenado del embalse para comenzar pruebas de máquinas en agosto y generar en noviembre.
No obstante, en abril tuvo lugar una crecida del Cauca que arrastró una gran cantidad de material que elevó el nivel del agua por encima de la galería. El líquido volvió a descender y todo parecía normal hasta que el día 28, se detectó una baja súbita en el volumen que salía del orificio. Horas más tarde, el tapón natural, causado por la erosión, fue removido por la presión, hasta que el 30 volvió a suceder otro fenómeno, atribuible al llamado golpe de ariete, que dejó una chimenea en la parte alta que alcanzó 100 metros de diámetro y selló definitivamente el conducto.
A partir de ahí, la historia es conocida, pues se encendieron las alarmas que aún no se apagan. Lo importante ahora es que hay una explicación de lo ocurrido. De un lado, el cambio en la presión hizo que sucediera algo equivalente a lo que pasa en una casa cuando hay un corte de agua y el líquido retorna, con periodos intermedios de flujos tranquilos o chorros a la máxima potencia.
Ese factor hizo que se desprendieran rocas en la superficie del túnel, en una parte en donde no se habían colocado losas de concreto. Si hubo un error en el diseño de la firma consultora encargada, fue este, pues primero se socavó el piso, luego las paredes y finalmente el techo, hasta que llegó el gran derrumbe, dejando el cono que quedó en fotos y videos.
Que los riesgos habrían podido mitigarse, es innegable. Ahora habrá que esperar los descargos de los responsables. Sin embargo, el punto central es que la hidráulica y no necesariamente la geología, ocasionó el desastre. Y eso, al final de cuentas, hace viable a Hidroituango.
Ricardo Ávila Pinto
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