El ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, manifestó en la conferencia que dictó hace unas semanas, en el foro convocado por la Fundación Éxito, ‘Nutrición Infantil para la Prosperidad de Todos’, que él probó el pan a los 7 años, desayunaba café negro y harina de yuca, y algunas noches se acostó sin llenar la tripa.
No necesitó Lula de informes, cifras y estudios, cuando llegó a la presidencia, para desplegar el ambicioso programa Hambre Cero, creando un ministerio para que lo liderara.
Él sabía lo que nosotros no hemos experimentado; el sabía y sabe a que sabe el hambre.
Que las niñas y niños se acuesten con los tres golpes adentro (desayuno, almuerzo y comida), que vayan al colegio desayunados y a la cama comidos, no era algo de lo que había que convencer al entonces nuevo presidente.
Con sentido común llevó al vecino país a mover positivamente sus cifras de desigualdad social, dejando a Colombia con el título de país más desigual de la región. Poca gente hoy en nuestro país duda que se necesiten intervenciones urgentes, aunque haya diferencias en los enfoques para buscar soluciones.
Hay que asumir un rol y un plan de acción para aportar, y en eso las fundaciones empresariales son instrumentos importantes para hacer avanzar los temas que le interesan a la gente, pues ellos como actores de la sociedad civil tienen capacidad de influir en las políticas públicas y hacer avanzar la agenda en temas que son de su competencia.
Y para que los niños y niñas se vayan a la cama con los tres buenos golpes en la barriga se requiere que también ellos tengan su lobby, que haya quién abogue por ese derecho ante el Estado. Así lo planteó Lula: “a la hora de hacer los presupuestos se piensa en todo menos en los niños, ellos no salen a la calle a protestar ni tienen sindicato, sólo lloran”.
Tarea que pueden hacer organizaciones sin ánimo como el caso de la Fundación Éxito en el tema de la desnutrición infantil. Traer a Lula y al nobel James Heckman (en febrero, cuando el lanzamiento del programa de gobierno, ‘de Cero a Siempre’) es poner sobre el tapete no sólo el problema, sino además un asomo de solución, es poner insumos conceptuales al cocido que tenemos para erradicar la desigualdad.
Para eso y por eso es tan necesario contar en Colombia con fundaciones capaces de gestionar proyectos sociales de gran impacto y de forjar alianzas con el Estado para que se produzcan resultados mega, ante necesidades mega. Y no tenemos suficientes.
Ya es hora de preguntarnos si las organizaciones sin ánimo de lucro que trabajan en el sector social deben plantearse metas grandes y ambiciosos; si ya es hora de dejar atrás el paradigma de poner ‘el granito de arena’, de ser chiquitas, pensar chiquito y obtener resultados chiquitos.
El tema de la escala y el alcance de los programas debe abordarse si estamos convencidos de que estas entidades pueden contribuir de manera significativa a la solución de los problemas.
Así lo previó Lula en la presentación de su proyecto: “es vital enrolar en esta lucha a la sociedad civil organizada: sindicatos, asociaciones populares, ONG, universidades, escuelas, iglesias de los más distintos credos, entidades empresariales”.
¿Nos imaginaríamos hoy en Colombia un Ministerio Extraordinario de Seguridad Alimentaria y Combate al Hambre?