Más de cuatro millones de venezolanos han abandonado su país en los últimos tres años según datos del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA). De acuerdo a esos mismos reportes Colombia es el país que más ha recibido migrantes vecinos: más de 1,4 millones. Esto constituye sin duda una de las crisis humanitarias más graves del hemisferio occidental en la historia reciente.
Los impactos generados por este “tsunami” migratorio sobre la sociedad y la economía colombiana son de diversa índole. Uno de los que más preocupa es el relativo al empleo. Para una nación poco acostumbrada a severos choques migratorios como Colombia, el brutal influjo de venezolanos ha despertado alarmas en muchos sectores del país, en especial en las regiones fronterizas y las grandes ciudades receptoras.
La simultaneidad de esta ola de migrantes con el deterioro inocultable del mercado laboral ha producido una narrativa que responsabiliza a los venezolanos del crecimiento del desempleo. Esta narrativa, en plena campaña electoral regional, es peligrosa ya que puede alimentar la xenofobia y descarrilar el esfuerzo solidario que ha caracterizado el discurso del presidente Iván Duque.
En medio de este entorno el reciente reporte del Dane sobre migración clarifica el impacto tangible de los venezolanos sobre el desempleo. Dicho impacto es, de acuerdo a la organización estadística, mucho menor que lo que podría pensarse ante la magnitud de la crisis.
El Dane debe seguir monitoreando de cerca este fenómeno e informarlo para evitar que estas percepciones erróneas se asienten en el imaginario colectivo. No obstante, con casi un 20 por ciento de desempleo, menores pagos y más informalidad, los migrantes venezolanos requieren de políticas de incorporación laboral, más allá de lo humanitario.
El reto para el Gobierno es doble: medidas para reducir la tasa de desempleo total y para incluir a los migrantes al mercado laboral.
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