En nota publicada el 7 de abril, titulada ‘La parroquia y el mundo’, Mauricio Cabrera hace referencia a dos noticias internacionales que ponen de presente una situación muy compleja, no solo en lo que toca con el orbeo sino, por supuesto, con Colombia.
Por tal motivo, hago eco del escrito.
En relación con lo nuestro, como aún vivimos enclaustrados, hasta donde tengo información, ninguna de las dos ha sido motivo de análisis. Los hechos descritos son graves, pues comprometen políticas públicas que se están aplicando.
Algunos ejemplos, dice Cabrera, de lo que está pasando en el mundo, más allá de los trinos de las frases altisonantes o la creciente tensión internacional por las bravuconadas del niño dictador de Corea del Norte son, entre otros, la revolución del gas de ‘equisto’ y del shale oil, nuevas fuentes de hidrocarburos, cuya explotación se ha hecho posible por nuevas tecnologías (con sofisticados nombres como fraccionamiento hidráulico o perforación horizontal) que están cambiando todo el mapa geopolítico del petróleo, rompiendo el monopolio de la Opep y pueden llevar a una drástica caída del precio del gas y del petróleo, así como está sucediendo con el carbón.
Con la explotación del shale oil, que es rentable extraerlo a un precio de US$60 el barril, EE. UU. podría llegar a ser autosuficiente en el consumo de crudo, es decir, no tener que importar el combustible que cambiaría radicalmente todo el balance del comercio mundial y fortalecería el dólar. Otros países también están entrando en esta revolución. Argentina anuncia, con modestia, que se han encontrado 150 millones de barriles recuperables.
No hay que ser demasiado perspicaz para decir que las consecuencias que se vislumbran para Colombia, si se hacen realidad estas proyecciones, no son nada agradables, pues el país se la está jugando con un modelo minero-energético en el que cuenta la industrialización de la producción de biocombustibles.
Cualquier comentario sobra en relación con las funestos efectos sociales que este hecho puede causar en nuestro medio.
Por obvias razones, el país no puede hacer caso omiso de la situación descrita, dado que lo que está en juego es la supervivencia de una sociedad entera.
Otra noticia con repercusiones para el país es la evolución de la salida de la crisis financiera europea, con su más reciente capítulo en el rescate de Chipre, con condiciones que cambiarán el futuro de los bancos en los paraísos fiscales. Una repetición de la debacle de hace unos meses tendría efecto en el sector financiero americano y, desde luego, en nuestro país.
Aunque los altos mandos del sistema financiero colombiano y funcionarios del Banco de la República sostengan que el país está protegido contra los avatares de la crisis, no veo que sea del todo cierto, porque las relaciones financieras internacionales, como están planteadas, no ofrecen espacios suficientes para manejar los efectos estructurales.
Por ejemplo, el margen monetario para la política de corto plazo no es exactamente el más amplio y generoso, cuando se habla de un déficit fiscal alto.
Si tal déficit tiene estas características, es probable que el mismo se convierta en una espada de dos filos que pueda destruir la política. No trato con ello de hacer terrorismo, solo busco que los colombianos pongamos los pies sobre la tierra.
Gabriel Rosas Vega
Exministro de Agricultura
rosgo12@hotmail.com