La corrupción científica relativizó la economía del conocimiento; evocando al abogado del diablo, Rudolph Giuliani, ‘la verdad no es la verdad’. Para los ‘Ph. D’ –llamados a convertirse en héroes de la sociedad poscapitalista–, el conocimiento era poder; sin embargo, eligieron convertirse en magos de la civilización del espectáculo, cuyos trucos redujeron al absurdo la investigación. Así lo demuestran las casi tres décadas que han pasado desde que inventaron los Ig Nobel.
La corrupción de ese arquetipo, como si fuera piratería comercial, masificó las imitaciones sin calidad (The PhD Factory. Nature, 472/2011), en un proceso de producción en el que, no obstante, más del 40 por ciento de los doctorandos desierta por ansiedad o depresión (Nature, 555/2018) o duplica los periodos de graduación previstos, porque el libertinaje sabotea su desempeño (‘Zeitspanne der Promotion: Dauer im Durchschnitt’. Academics, 2015).
Causa de esto puede ser que la tentación (o frustración) de aventurarse en esa innovadora experiencia internacional coincida con la crisis de los 30. Además, aunque los millenials presumen valores no materiales, están sustituyendo el ideario de su sueño universitario por el materialismo de la carrera corporativa (‘The declining interest in an academic career’, 2017).
Otrora nerds, los autócratas marca Sillicon Valley desean parecerles atractivos a los inversionistas, mientras los otros maquillan sus publicaciones para tener ‘citas’ (bibliográficas). En cualquier caso, abducidos por el moderno árbol del conocimiento, cometen pecados que incluyen la omisión de conflictos de interés en la financiación de sus investigaciones, y la validación autorreferencial de sus hallazgos.
De hecho, The Guardian reveló que más de 5.000 científicos, vinculados a universidades británicas y alemanas, pagaron para aparecer en revistas académicas (Predatory publishers, 2018), evadiendo la revisión de pares evaluadores que, en teoría, preservan la pertinencia y el rigor en el modelo académico. Lección de la Gran Recesión, el capitalismo financiero se nutrió de bonos tóxicos que fueron ignorados por incompetencia o corrupción de las calificadoras de riesgo. Ahora, la economía del conocimiento también está expuesta al riesgo del fraude (fake science), la meritocracia transable, y el monopolio científico.
Por cierto, Elsevier –reconocida editorial académica– está administrando el Open Science Monitor de la Unión Europea, cuyo propósito es democratizar el acceso al conocimiento científico. Sin embargo, sus algoritmos configuran un problema semejante al fin de la neutralidad de la red en EE.UU., hacia el que también converge la reforma del derecho de autor en la UE (link tax y value gap).
Para terminar, el regalo del presidente Duque a las Bodas de Oro de Colciencias es convocar otra Misión de Sabios para verificar nuestro persistente divorcio entre la educación y CT+I. Innecesaria perogrullada, tal como la inefectividad, la confusión misional y el costo de oportunidad de esa institución, que derrocha 70 por ciento de su presupuesto financiando becas –objeto del Icetex– para doctores que se quedan en el exterior.