La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito mostró que Colombia fue el primer país en el continente con mayor crecimiento en delincuencia juvenil entre el 2009 y el 2011, seguido de otra nación con similar desempeño económico, Chile.
Adicional al preocupante incremento anual de los ingresos al sistema penal, uno de cada cuatro jóvenes delincuentes desafía la justicia reincidiendo, y, de continuar esta dinámica, en menos de 10 años multiplicaremos por cuatro los jóvenes vinculados al crimen. Mientras el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes no supera el 3 por ciento de los recursos del sistema penitenciario y carcelario, los dineros para los programas de prevención son tan escasos que no son visibles en el presupuesto del ICBF y el Ministerio de Educación.
Unido a las pretensiones de la justicia restaurativa y al nivel de persuasión esperado del castigo mismo, la sociedad debe ser sensible al silencioso reclamo del joven delincuente, por el desprecio que uno o sus dos padres dieron a su principal derecho constitucional: la familia. También este clamor es evidente en las expresiones de dolor, angustia, resentimiento y muerte de aquellos grafiteros que encuentran en la calle la forma de exteriorizar sus pensamientos. Por esto, nuestros muchachos desafían las consecuencias del crimen desconociendo la autoridad, la ley, los límites, tan inexistentes en su primera infancia como lo fue un hogar conformado por padre y madre.
Relativo a las mamás solteras, serios estudios del Banco Mundial por fin demuestran que el crimen juvenil está asociado a las áreas con elevado número de hogares encabezados por la madre (monoparentales). Por tanto, las probabilidades de tener un hijo criminal son más altas cuando en el hogar no están juntos padre y madre.
Si bien, la falta de oportunidades es la más fácil justificación de la delincuencia, el verdadero origen es el abandono que sufre el joven de sus propios papás, quienes los concibieron, normalmente, en las profundidades del alcohol, los estupefacientes y de esa pobreza resultante del ciclo repetitivo del tempranero inicio sexual.
Ante el abandono, la construcción de valores de esta generación fallida queda sometida a aquellos estímulos sociales de los medios de comunicación, música y pandillas, que convergen en violencia, sexo y en la motivación artificial de las emociones (alcohol y drogas). En la relación crimen-sexualidad, las directrices de Naciones Unidas para la prevención de la delincuencia juvenil instan a los medios a reducir materiales con contenido sexual explícito incluso sugestivo, y a no promover un entretenimiento basado en sexo, drogadicción y violencia. Colombia, abiertamente, burla estos lineamientos.
Sin desconocer la trascendencia de las políticas públicas, los papás también son corresponsables de los delitos de sus hijos por ministerio de la Ley y máxime cuando Dios enseña que un corazón que trama violencia y crimen no proviene de una casa edificada con sabiduría.
Gilberto Caicedo
Consultor corporativo