Un día se desató un incendio voraz y se vieron en la necesidad de escapar para no morir quemados. El lío era que el ciego no podía ver dónde estaban las llamas y el cojo no podía correr. El fuego se esparcía con rapidez y debían hacer algo pronto o estarían perdidos. Vieron que se necesitaban el uno al otro y el cojo tuvo una idea brillante: “Mira, –le dijo al ciego– estamos salvados ya que tú puedes correr y yo puedo ver donde no hay fuego para escaparnos”.
El ciego asintió, se olvidaron de su tonta enemistad y en ese momento crítico la muerte cercana los unió. Se pusieron de acuerdo y cada cual puso lo mejor de sí mismo: el ciego cargó al cojo sobre sus hombros y éste señalaba el camino. Así salvaron sus vidas, pero pasó algo mejor: borraron su antagonismo y se hicieron amigos. Las soluciones están en el amor fraterno que nos permite apoyarnos en trabajo comunitario o de equipo y convivir en armonía.
Aportas lo mejor a una comunidad o un equipo si desde que te levantas eliges admirar el lado brillante de la vida y dar gracias sin cesar. Ya sabes que eres lo que piensas y que tu mente atrae lo mismo que piensas y deseas. El poder del pensamiento es inmenso y por eso debes pensar sólo en lo mejor y enfocar tu mente en lo positivo. Cuenta tus bienes, no te desgastes en culparte o culpar y haz siempre las paces con el ayer.
Solo tienes el ahora y puedes vivirlo con amor incluso en medio de la adversidad. Recuerda que el sufrimiento nace de la resistencia a la realidad y no es más que dolor sin amor.
Tu mejor ayuda es la aceptación serena y festiva de los hechos y las personas así como son. Sé consciente de que solo cuando aprendes a comunicarte bien entonces puedes relacionarte bien y aportar lo mejor a un equipo.
Lo ideal es que tus gestos y tus palabras broten de un buen corazón y no del enojo, el odio, el orgullo o el ego. Si te amas y te aceptas puedes amar y aceptar a los demás, comprenderlos, respetarlos y valorar las diferencias. Con el tremendo poder de las palabras alegras o entristeces, unes o enfrentas, sanas o hieres, motivas o desalientas.
Examina tu modo de obrar y pregúntate: ¿Escucho con amor, con atención plena y con respeto por la opinión ajena? ¿Sé dialogar y me pongo en el lugar del otro para no juzgar? ¿Intento ceder y conciliar sin la soberbia del ego? Darte cuenta de cómo actúas te permite dejar de lado actitudes que bloquean cualquier labor grupal.
No es fácil reconocer los propios vacíos porque eso sólo lo hacen aquellos cuya humildad le gana la carrera al orgullo. Es sabia la práctica del examen diario sin culparte ni culpar.
Una buena manera de hacerlo es con tres preguntas que cada noche se formulaba Pitágoras, 570-469. a.C. 1 ¿En qué acerté hoy? 2 ¿En qué me equivoqué hoy? 3 ¿Qué dejé de hacer hoy? Son tres valiosos interrogantes para conocerte y ser consciente de cómo vives y como laboras. Agrega otro: ¿Qué aporte visible hice hoy a mí mismo y a mi equipo de trabajo? gonzalogallo.com
Gonzalo Gallo González
Escritor - Conferencista.
oasisgonzalogallo@gmail.com