Abundante literatura ha visto la luz en los últimos meses, en relación con los efectos, positivos o negativos, del acelerado proceso de depreciación que ha tenido el peso colombiano frente al dólar. La mayoría de los escritos identifican, como es lógico, como grandes ganadores a las empresas exportadoras locales y grandes perdedores a los consumidores, vía encarecimiento de los artículos con alto contenido externo, que se han vuelto componentes normales de la canasta familiar.
Esta clasificación es bastante simplista y no refleja la verdad verdadera. Hasta ahora, no se ha visto el efecto positivo sobre exportaciones nuevas que reemplacen los ingresos por ventas externas de nuestros tradicionales commodities. Uno, porque, seguramente, las empresas beneficiadas no estaban preparadas para estas nuevas condiciones favorables, y lograrlo toma su tiempo. Bastante más de lo que uno desearía, y otro, porque no solo el peso se ha depreciado, sino también la mayoría de las monedas de nuestros principales competidores. Es como si en un espectáculo público, los espectadores de una fila determinada deciden ponerse de pie para ver mejor y, poco a poco, todos los demás deciden imitarlos. Al final, todos terminan viendo lo mismo, pero más cansados y desgastados.
El posible beneficio para las empresas locales, derivado del hecho de que los consumidores estén sustituyendo productos del exterior por los de marca nacional, tampoco es tan evidente. ‘Gracias’ a la epidemia holandesa, el consumidor local ya conoció las bondades del producto importado y, a pesar de su encarecimiento, hace lo posible por seguirlo adquiriendo. A título de ejemplo, yo prefiero no gastar parte de mi ingreso en comidas estrambóticas y a precios exorbitantes en restaurantes locales para poder destinar esos recursos a seguir haciendo turismo en La Habana, Buenos Aires o Miami. Esto se llama comportamiento racional del consumidor.
Otro efecto perverso que hemos sufrido los colombianos, como resultado de la depreciación del peso, es la desvalorización de nuestros activos a nivel internacional. Es posible que ningún colombiano figure ahora entre los 100 latinoamericanos más ricos de la región. El precio de mercado de las pocas empresas que aún cotizan en nuestra raquítica bolsa ha caído tanto, que no sorprende que por un puñado de dólares terminen en poder de especuladores extranjeros. Claro está, que la gran pérdida de valor de estas firmas (que son las de mostrar a nivel internacional), también obedece a los inevitables efectos que el descalabro de InterBolsa sigue produciendo. Lo de InterBolsa en la BVC se puede asimilar al elefante del Gobierno en ejercicio en el cuatrienio 1994-1998. Igual que en el proceso 8.000, unos pocos mandos medios pagaron los platos rotos, pero la cúpula directiva se mantuvo y se mantiene intacta. En este contexto, resulta utópico pensar que el Mila pueda arrancar.
Comentario al margen: lo del martes pasado demuestra de nuevo que el día sin carro es una absoluta majadería. ¿Quién puede demostrar que los taxis amarillos, las camionetas blindadas o los incontables carros al servicio de la burocracia oficial, contaminan menos que los vehículos particulares? Cuando se reglamentó la consulta popular sobre el día sin carro, nos dijeron que los únicos exentos eran el del Presidente, el Alcalde Mayor y los destinados al servicio de otras categorías de personal ‘discapacitado’.
Gonzalo Palau R.
Economista
gpalau@cable.net.co