La tasa de crecimiento del ingreso per cápita en Colombia entre 1960 y el 2012 es cercana a 2 por ciento anual. Sin embargo, al tomar los últimos 10 años de la muestra, el crecimiento del ingreso por habitante es mayor a 3 por ciento anual (más de un punto porcentual de diferencia). ¿Está la economía colombiana experimentando un cambio estructural? Hay razones de fondo para argumentar que sí.
En primer lugar, la literatura acerca de las trampas de pobreza indica que las condiciones propias de la estrechez de recursos hacen imposible que la gente emprenda las acciones necesarias para superar la pobreza. Salud y educación son ejemplos recurrentemente citados: el ingreso futuro de los niños depende, en gran parte, de la inversión en estos rubros. Por esto, si una familia no tiene recursos para realizar los gastos necesarios en salud y educación, la pobreza persiste en la siguiente generación. También hay trampas de pobreza relacionadas con embarazo infantil, falta de acceso al crédito y a mercados en general.
La existencia de trampas de pobreza es, por supuesto, una mala noticia. La buena es que al romper una trampa de pobreza se hace más fácil romper otras y las ganancias derivadas de romper trampas de pobreza son permanentes. Por ejemplo, garantizar educación y salud para los niños ayuda a reducir la incidencia de embarazos en adolescentes y la delincuencia juvenil. Además, no solo aumenta el ingreso de los favorecidos directamente, sino también el de sus descendientes.
En segundo lugar, en la medida en que existan economías de escala en la producción, se presenta el fenómeno conocido como ‘el gran empujón’ (http://www.nber.org/papers/w2708), esto es, se necesita una escala mínima para utilizar tecnologías de producción avanzadas, pero mientras no se usen el ingreso nacional es muy bajo y no hay la demanda suficiente para poder producir a la escala requerida. En estas circunstancias, ‘un empujón’ al ingreso hace que las empresas utilicen tecnologías avanzadas y, por esto, el producto nacional aumenta.
El comportamiento reciente de la incidencia y las brechas de pobreza, así como de los principales indicadores sociales, señala que muchas trampas de pobreza se están rompiendo y, por lo tanto, es previsible que se presente el fenómeno del ‘gran empujón’. Así, la reducción de la pobreza debe tener efectos sobre la inversión y la productividad que se reflejen en mayores tasas de crecimiento.
Adicionalmente, la estabilidad macroeconómica de la que goza el país y la responsabilidad fiscal de los últimos gobiernos otorgan margen de maniobra a las autoridades económicas a la hora de enfrentar choques externos o eventos inesperados. Asimismo, la tasa de inflación es baja y estable, lo cual favorece la toma de decisiones eficientes.
Por último, las condiciones de seguridad en el país parecen haber mejorado de forma permanente, y la inversión en infraestructura está despegando después de años de letargo.
Hernando Zuleta
Economista