Es sorprendente cómo unos hechos que atentan contra el bienestar de la población en general, pasan tan desapercibidos y quedan en el olvido con prontitud, pero, en cambio, otros que, en el fondo traen valiosos beneficios sociales, generan algunas manifestaciones de repudio, casi siempre motivados con información falsa. Esta desconcertante manera de apaciguamiento, por un lado, y de movilización social, por otro, son el fiel reflejo de una destrucción social y de una profunda crisis que nadie quiere enfrentar.
Una sociedad sin educación es maleable, pero si además acolita la corrupción, termina por acostumbrarse a convivir con ella. Unos dirigentes que solo revelan preferencias por sus propios intereses se apropiarán de los recursos públicos sin vergüenza alguna, máxime cuando no hay quien los controle ni vigile, ya que en la mayoría de los casos todos hacen parte del mismo ‘clan’. Una sociedad que ve morir a niños por desnutrición, pero que se conmueve más por el terrorismo internacional y se moviliza por él, está demostrando, al menos, que pondera de manera diferente sus problemas.
Por otra parte, cómo se explica que el país viva un problema energético a la vuelta de haber registrado una bonanza, obligándose a consumos más racionales de agua y a un ahorro de energía, que puede ser castigado si no se cumplen las metas; además de estar amenazado de racionamiento. Pero, cuestionable es que estas medidas llegan como un mecanismo de choque, demostrando que nunca se había pensado en medidas preventivas y menos en programas pedagógicos que enseñen a valorar los recursos y eduquen para un consumo más racional en el tiempo. Tampoco se han emprendido verdaderas políticas que castiguen con severidad a quienes -empresas- demuestren su despilfarro. Esto deja un sinsabor, pues ni la bonanza, ni la crisis parecen haber dejado lecciones.
Finalmente, la contaminación ambiental aumenta en las ciudades y algunas ya hacen parte de las más peligrosas para la vida de las personas, por el alto nivel de polución. Medellín, por ejemplo, que ocupó en el 2015 el noveno lugar entre las ciudades más contaminadas del continente, por encima de Bogotá, vive una emergencia ambiental, debido a que se ha concentrado la contaminación en el aire y ha puesto en jaque a los 10 municipios del área metropolitana desde hace más de un mes. Algunas medidas tomadas por las autoridades son cuestionables y convendría más pedagogía y aprendizajes. Salta a la vista la improvisación, y queda la sensación de que no quieren asumir unos costos políticos para agradarle a la sociedad, o para no enfrentarse con poderes locales que cogobiernan.
Urgen, entonces, dirigentes, al menos, independientes y honestos, al tiempo que se necesita una sociedad menos maleable. Los escándalos demuestran que el tema no es un asunto de recursos.
Jorge Coronel López
Profesor, Universidad de Medellín
jcoronel2003@yahoo.es
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Crisis social, energética y ambiental
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Jorge Coronel López
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