Nadie se opone a la importancia de mejorar la calidad de la información relacionada con las oportunidades laborales, pues es bien aceptado que permite romper tanto el problema de acceso al mundo del trabajo como las desigualdades creadas por ser su asimetría. Sin embargo, pese a los esfuerzos realizados para lograr una mejor información que beneficie a la oferta y a la demanda laboral, todavía persisten problemas porque el empresario prefiere llenar sus vacantes mediante recomendaciones, así como también la oferta busca conseguir un empleo bajo una ruta semejante. Esto lesiona la confianza en los sistemas públicos de empleo y continúa creando desigualdad de oportunidades que es necesario intervenir.
Tampoco es posible oponerse a la educación como una estrategia de desarrollo humano, pero de acuerdo a los resultados obtenidos en las pruebas académicas nacionales e internacionales, algunas quejas de empresarios sobre la pertinencia de la educación y el análisis de los desempleados, la informalidad y el subempleo según el nivel educativo, es posible que haya que reflexionar sobre dicha estrategia, ya que por sí sola, podría no estar dando frutos.
En cambio donde sí debería existir oposición es sobre la idea de la calidad certificada o la gestión de la calidad, ya que si bien se ha vendido dicha idea esperando que las empresas logren una mejor organización interna, buen servicio al cliente, así como la posibilidad de acceder a contratos y mercados, aún no queremos reconocer que puede estar creando problemas en el mundo laboral, ya que al estar centrada en la calidad de los productos, ha dejado por fuera del radar a las personas, por lo tanto, pensar que el cumplimiento de normas, mediante el diligenciamiento de formatos es una ruta expedita y digna para ser certificada en calidad, es una postura por lo menos ingenua, frente a la manera de entender los procesos de producción.
La gestión de la calidad se ha convertido en un negocio que desconoce la importancia que tienen otros aspectos sobre la calidad, como el tipo de contratación, los horarios de trabajos, el ocio, la posibilidad de obtener mejores remuneraciones por productividad, el diálogo social, el derecho de asociación, por citar algunos. Por lo tanto, niega todos estos elementos y mientras persista esta idea como una estrategia para ser más competitivos y productivos, pues habrá muchas batallas para dar, ya que parece partir de un supuesto polémico: la calidad depende de los procesos, no de las personas.
Finalmente, otro de los incentivos perversos que hoy existe tiene que ver con la idea de que el trabajador es productivo porque está presente en la empresa. Esto incluso sirve internamente para premiar ‘al mejor’ y promover en ascensos ‘a los mejores’, cuando no siempre es así. Quienes promocionan esta práctica deberían reconsiderarla y analizarla en detalle a la luz de otras variables, no vaya a ser que estén simplemente promoviendo una presencialidad, convirtiéndola en una mala práctica que solo motiva a la baja productividad y crea una cultura hipócrita muy parecida a la que instan algunos colegios y universidades entre sus estudiantes.
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Incentivos laborales perversos
Nadie se opone a la importancia de mejorar la calidad de la información relacionada con las oportunidades laborales.
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Jorge Coronel López
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