Hace tres lustros terminamos nuestra misión como embajadores en la patria incluyente de Diego Portales. Hoy, como mínimo homenaje a su conmemoración independentista, desempolvamos algunas hipótesis que planteáramos en sendos libros publicados por las editoriales Planeta y Tercer Mundo: por cierto, brillantemente prologados por el ilustre expresidente López Michelsen. Veámoslas:
¿Cuál habría sido la suerte de Chile si en vez del mosaico y desnivel de las culturas de sus pueblos aborígenes, hubiese contado con la altura de las civilizaciones que los españoles encontraron y batallaron en Perú y México, y, además, si su ‘aislacionismo’ territorial no lo hubiese llevado a desarrollar su ‘vocación marítima’?
¿Habría sido posible la conformación de una honda conciencia liberal en los ámbitos literario, jurídico, político, historiográfico, etc., si no hubiese sido moldeada siglos atrás en la lucha interminable contra los indios araucanos y su prolongación durante más de doscientos años; y, luego, en el siglo XIX, si no se hubiesen echado tempranamente los cimientos fundamentales del Estado mientras otros países de América Latina vivían, todavía, en la montonera?
¿Podría estar Chile situado hoy a la vanguardia latinoamericana si su dirigencia progresista no hubiese luchado a favor de un concepto integrador de la cultura en el cual lo que importa es la persona, su dignidad y sus derechos; y también, si desde el fin de la dictadura no hubiese primado la convicción, según la cual, de la educación, tanto pública como privada, dependen la igualdad de oportunidades, la llamada ‘equidad de entrada’ y la ‘garantía de movilidad y acceso’ de su cuerpo social?
¿Cuál habría sido su destino en el periodo posterior a la dictadura si su historia no se hubiese caracterizado por una considerable solidez institucional en el siglo XIX y, luego, por su inserción en el contexto internacional en el siglo XX, con su estrecha dependencia de Europa en los años 20 (Gran Bretaña en lo económico y Francia en lo cultural y, sobre todo, acertadas políticas de inmigración) y, de paso, si no hubiese contado con la creación anticipada de estructuras de participación como el desenvolvimiento y la consolidación de la clase media (la masonería desempeñando un papel protagónico), el voto femenino, la incorporación de nuevos sectores sociales (obreros organizados y campesinos) y, además, la influyente presencia desde el siglo XIX de una pléyade de pensadores procedentes del exterior de la talla continental de un Andrés Bello?
¿Qué sería del presente y de su futuro democrático si los partidos políticos de la ‘Concertación’ no hubiesen comprendido y asimilado su imposibilidad de derogar, de un tajo, los ‘enclaves autoritarios’ de la Constitución de Pinochet (1980) y aceptar, por el contrario, su desmonte gradual con ese realismo político que aconsejaba que los pactos coyunturales de tipo electoral deben y tienen que ser reemplazados por alianzas sólidas y mayoritarias de los partidos democráticos?
En su aniversario, el mundo democrático exclama unánime: ¡viva Chile!